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ENVEJECIMIENTO SALUDABLE

Los científicos Rowe y Kahn, en un artículo publicado en 1987, establecían una distinción entre la vejez usual o normal (usual aging) y la vejez exitosa o saludable (successful aging). Con ello pretendían contrarrestar la tendencia creciente en gerontología de marcar una distinción entre lo patológico y lo no patológico, es decir, entre la población anciana con enfermedades o algún tipo de invalidez y la que no padece ninguna de ellas.

El concepto de vejez saludable incluye tres componentes principales: baja probabilidad de padecer enfermedades o invalidez, elevada capacidad funcional física y cognitiva y mantenimiento de una vida activa en la sociedad La baja probabilidad de enfermar se refiere a la ausencia o bajo nivel de gravedad de los factores de riesgo de padecer una enfermedad.

Respecto al elevado nivel funcional, éste incluye los dos componentes, físico y cognitivo, éste último vinculado al aprendizaje y a la memoria de corto plazo. Ambos elementos confieren el potencial necesario para una vida activa en la sociedad. Estos dos puntos resultan, por tanto, básicos, ya que las alteraciones físicas o cognitivas son las responsables de la dependencia y la pérdida de autonomía. La actividad física y cognitiva nos dice lo que la persona puede hacer, pero no lo que realmente hace.

La vejez exitosa va más allá de este potencial e incluye la vida activa efectiva, no la posible. Aunque la implicación activa en la vida diaria toma varias formas, las dos más importantes son, sin duda, las relaciones interpersonales y la actividad productiva. Las relaciones interpersonales engloban los contactos con otras personas, es decir, intercambio de información, soporte emocional y asistencia directa.

Sobre la actividad productiva, su característica definitoria es la creación de valor social, tanto si es remunerada como si no. Por ejemplo, una persona mayor que cuida a un miembro discapacitado de su familia o trabaja como voluntario en una iglesia u hospital está siendo productiva, aunque no sea pagada por su trabajo.

Por ello es fundamental que a cualquier edad (jóvenes, adolescentes, adultos, personas mayores, muy mayores) se tenga en cuenta que la dependencia se puede prevenir, que se puede lograr un envejecimiento o, mejor dicho, una forma de envejecer saludable. Es necesario empezar desde la infancia con esta prevención, que no es otra cosa que hábitos de vida saludable útiles para todas las edades.

Hugo Pinaud Rojas

A LA BUSQUEDA DEL MAYOR BIENESTAR POSIBLE DURANTE LA VEJEZ

“Que si no hemos de ser inmortales,
es del todo deseable que el hombre
se extinga a su debido tiempo;
pues la naturaleza ha puesto
un límite a la vida,
como a todas las demás cosas”

Cicerón

vejea3 Cicerón, en su famoso Diálogo sobre la vejez, enumera las cuatro razones que aducen los que la encuentran miserable: “una, porque debilita el cuerpo; otra, porque nos aparta de los negocios; la tercera porque priva de casi todos los placeres y la cuarta, porque no dista mucho de la muerte”.

En esta clásica descripción ciceroniana, el cuerpo del anciano es un cuerpo debilitado que transita dolorido por el mundo, debido a su progresivo deterioro biológico, con las fuerzas cada vez más justas para seguir viviendo, apartado de lo que fue su trabajo cotidiano y del espacio social que venía ocupando, convertido socialmente en sujeto pasivo, un cuerpo que, con demasiada frecuencia vive en soledad, un cuerpo en el que, en la brevísima historia de cada día, predominan los momentos dolorosos y solitarios sobre los placenteros.

A pesar de todo, en pleno siglo XXI, es necesario apostar por vivir una vejez saludable y activa, una vejez exitosa; una vejez en la que, con todas sus limitaciones, se integren el bienestar físico, con el mental y el social.

En un estudio que fue publicado en el American Journal of Psychiatry bajo el título de “Una vejez exitosa”, se siguieron de manera prospectiva dos grupos de adolescentes hasta que cumplieron 60 años o hasta su muerte. Los factores que predecían una vejez exitosa fueron divididos en dos grupos:
a) Factores predictivos que quedaban fuera del control del individuo: la clase social de los padres, la cohesión familiar, una depresión grave, la longevidad de sus antepasados y su estado de salud a los 50 años.
b) Factores predictivos que podían ser controlados por el individuo: mantenimiento de un peso corporal apropiado, ejercicio físico regular, actividad mental relacionada con una apuesta personal por la educación continuada, no fumar y no beber alcohol abusivamente. Si estos siete factores son controlados, quedaría la depresión como el único factor predictivo variable que afecta a la calidad, tanto objetiva como subjetiva, del envejecimiento.

Citando libremente a Hamlet, los autores terminaban diciendo que “una vejez que valga la pena vivir quizá ¡oh, Horacio! no dependa tanto de nuestras estrellas ni de nuestros genes como de nosotros mismos”.

La Organización Mundial de la Salud publicó, en su día, un interesante Informe sobre “Mitos falsos sobre la vejez”, en el que se incluían recomendaciones para vivir una vejez activa con calidad de vida.

El cuerpo que una vez retirado del espacio social que venía ocupando, vive sumido totalmente en la vejez, sin haber podido o sabido reaccionar a tiempo y buscar espacios alternativos para su nueva situación social (entre otras razones porque el llamado estado del bienestar no se los ofrece) queda fuera de los circuitos de la actividad corporal y entra en el difuso y oscuro territorio de la pasividad, donde es habitualmente confinado en espacios donde compartirá otros envejecimientos y cuya precariedad de estímulos vitales conduce al desaliento, la desesperanza y la depresión.

Frente a la discriminación sistemáticamente negativa de la vejez del cuerpo debe apostarse firmemente por crear las condiciones más apropiadas para su bienestar físico, mental y social. Para conseguir para la mayoría una vejez del cuerpo en la que domine la serenidad, aunque “con el espíritu en tensión como un arco” (Cicerón) y que viva con el estilo de vida más adecuado para frenar el ineludible deterioro. Una vejez que, asumiendo la natural decadencia, pretenda ser vivida sin demasiado ruido y, siempre que sea posible, manteniéndose curiosa y digna.

Saludlandia