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EL VALIOSO TIEMPO DE LOS MADUROS

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  • Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
  • Me siento como aquel chico que ganó un  paquete de golosinas: las primeras las comió con avidez, pero, cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente.
  • Ya no tengo tiempo para reuniones  interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
  • Ya no tengo tiempo para soportar absurdas personas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
  • Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
  • No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
  • No tolero a maniobreros y ventajeros.
  • Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de  sus lugares, talentos y logros.
  • Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera la lucha por un majestuoso cargo.
  • Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
  • Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
  • Que sepa reír, de sus errores.
  • Que no se envanezca, con sus triunfos.
  • Que no se considere electa, antes de hora.
  • Que no huya, de sus responsabilidades
  • Que defienda, la dignidad humana.
  • Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
  • Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
  • Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
  • Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
  • Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
  • Pretendo no desperdiciar parte alguna de las golosinas que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitas que las que hasta ahora he comido.
  • Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
  • Espero que la tuya sea la misma, porque de cualquier manera llegarás…»

Mario de Andrade
(Poeta, novelista, ensayista y musicólogo  brasileño)

TE AMÉ HASTA EL FIN MI VIEJITO

viejitos1Gerardo no pudo más. Al mirar el cuerpo inerte de su abuelo en la cama, y escuchar de labios de su abuela la frase que hace de título a esta historia, rompió a llorar como un niño. Estaba bien… le hacía bien llorar, era necesario. Los sentimientos encontrados y la ternura que traslucía esta afirmación fueron la gota que derramó el vaso.
El abuelo había llevado una vida muy activa hasta los 86 años. Pero hacía ya cuatro que estaba totalmente postrado en la cama a causa de un infortunado accidente: se había roto la cadera. Esto era en parte lo que le llevó al desenlace final. Sin embargo, algo más lo había ayudado a mantenerse con vida estos cuatro años: su esposa.
Mi amigo me comenta que vivían juntos desde hace casi 30 años. Se casaron ya grandes, después de la muerte de la primera esposa del abuelo. Inés -así se llama ella- siempre lo había amado, desde la adolescencia. Él, Ángel, no había correspondido a su cariño en esos primeros años. Ensayó otros amores, unas veces con éxito, otras con resultados parciales. Sin embargo Inés supo esperar, ella sabía que no tenía más corazón que para él. Y como en los grandes amores, el tiempo fue la prueba de fuego que corroboró la autenticidad de este amor.
Aún más, el mismo sufrimiento y la entrega sin medida terminaron de sellar la valía de su amor. En pocas palabras, la fidelidad sostenía todo el entramado de sus vidas. Mi amigo Gerardo me sigue contando: «Cada año la abuela le celebraba, con gran alegría, el cumpleaños -tarta incluida- aunque estuviera en la cama». Por su habitación desfilaban todos los hijos, nietos y demás amigos. Ello era una muestra de que Ángel todavía valía mucho para ellos, que seguía siendo el mismo de siempre, a pesar de su accidente.
Muchas veces -continúa Gerardo- «la sorprendí rezando al pie de la cama, me parece que era “La Hora de la Divina Misericordia”, seguramente rezaba por él». Es verdad, «el abuelo ya no era el dinámico ex-militar de antes», no obstante seguía llevando en el corazón ese indomable deseo de lucha y «apreciaba sobremanera la fidelidad y compañía heroica de Inés».
No pude evitar sentir escalofríos al escuchar este testimonio que Gerardo me narraba con un nudo en la garganta. Yo intentaba darle el pésame por la muerte de su abuelo y me sentía más bien asombrado por el testimonio de esta mujer. Mi amigo me confesó: «al lado de la abuela no me sentía con derecho de estar triste, abatido, ni siquiera de llorar…», y por otro lado estaba seguro que «el abuelo ya estaba en el cielo». La fidelidad a toda prueba, tanto en la amistad como en el matrimonio, es la prenda que los autentifica y realza.
Antonio  Aldrette

CUANDO SEA VIEJO

cuando-sea-vEl día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, tenme paciencia, recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuantas veces cuando tu dormías a la media noche, yo en calzoncillos y andando en puntillas crucé tu alcoba para revisar si estabas aguantando frío, y antes de poner la sábana, besé con amor tu nalguita fría.
Cuando hable contigo si mi voz se eleva, no estoy enojado, sólo estoy perdiendo mi audición y creo que todo mundo es sordo, así como tu piensas cuando estás escuchando radio con audífonos.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y compréndeme que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas.
Piensa cuantas veces cuando niño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches por que no quiero bañarme, no me regañes por ello Recuerda los momentos que te perseguí y los miles de pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.
Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y como enfrentar la vida tan bien como lo haces, son productos de mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde y si no puedo hacerlo, no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez yo no quiera comer, no me insistas. Sé cuanto puedo y  cuando no debo.
También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernas.
Cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades, algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame.
Trata de comprender que ya no vivo, si no sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta, en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando tu empezaste a vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.

Atentamente:Tu viejo
(Autor desconocido.)