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SOBRE LOS PADRES Y LOS ABUELOS

Por Plinio Parra
Escritor colombiano

Los padres son lámparas y los abuelos son faros. La lámpara da fuego y calor, el faro irradia luz. El fuego descubre la piedra del camino, impidiendo el tropiezo. La luz exhibe la montaña de la meta, conjurando el extravío.

Los padres son brújulas y los abuelos son mapas. La brújula brinda orientación, el mapa transmite conocimiento. La orientación siempre conduce a la búsqueda, principio de toda aventura. El conocimiento siempre conduce al hallazgo, final de todo viaje.

Los padres son la nube y los abuelos son el mar. La nube fertiliza al planeta como lluvia. El mar fecunda los cielos como nube. La lluvia dice cómo la Vida, cayendo del cielo, se vuelve cuerpo. La nube dice cómo la Vida, fluyendo del cuerpo, se vuelve espíritu.

Los padres cuentan historias patrias y los abuelos cuentan leyendas épicas. La historia patria suscita un sentimiento nacional. El mito consolida un pensamiento universal. El sentimiento nacional otorga ciudadanía sobre un fragmento de la Tierra, llamado país. El pensamiento universal confiere ciudadanía sobre una porción de Dios, llamado Cosmos.

Los padres son los mineros de la esperanza y los abuelos son los orfebres de la fe. En nombre de la esperanza, los primeros inclinan el rostro ante el surco y siembran sus semillas en pos del fruto. En nombre de la fe, los segundos extienden sus palmas al viento y echan a volar sus plegarias en pos del lucero.

Los padres, por inexpertos, ven al hijo como brote de su carne. Los abuelos, por sabios, ven al nieto como prolongación de su esencia. La carne crece, se reproduce y desvanece. La esencia se purifica, se transforma y perpetúa. Por eso mientras los primeros anhelan hacer de su semilla un Hombre, los segundos buscan transformar a ese Hombre en un ángel.

Algo natural. Esos dulces viejos saben que la Tierra es el lugar donde el Hombre recupera sus alas perdidas.

CUANDO LOS PADRES SE VAN…

Aunque es parte del ciclo de la vida, nadie puede resolverlo sin pasar por un periodo de duelo y tristeza, contando con el apoyo de los seres queridos…
Según una investigación reciente, la muerte de los padres es la pérdida de un familiar más frecuente, teniendo en cuenta que cada año el 5% de la población mundial pierde a uno de sus padres y la mayoría de ellos (los hijos) tienen entre 35 y 55 años.
Estas son las personas que sufren hoy el duelo por la pérdida de sus padres…¿Pero por qué se dice que ellos sufren más de lo que se sufría en otras épocas?
La respuesta es que la expectativa de vida es mucho más amplia que en décadas pasadas. Los hijos coinciden mucho más con sus padres y viven muchas más cosas juntos, se relacionan con mayor intimidad
La forma de conocerse y tratarse ha cambiado mucho, y el afecto comenzó a evidenciarse con mucha más claridad. Antes de la década del `40, existía mucho respeto entre padres e hijos y las cosas eran diferentes.
Hoy en día, los padres ya no viven con sus hijos adultos y, a diferencia de generaciones pasadas, no necesariamente viven cerca. Muchos nietos pueden ver a sus abuelos sólo una vez o dos al año, y no una o dos veces a la semana.
En general, son las mujeres quienes tratan de mantener los vínculos familiares más fuertes, incluso cuando deben trabajar fuera de casa.
Muchas veces, el tan necesario apoyo de parientes, amigos o compañeros de trabajo no está ahí cuando se lo necesita.
En general, la gente suelen menospreciar el sufrimiento ajeno por la pérdida de un padre anciano: “ya era viejo”, “es la ley de la vida”, “¿y qué esperabas”, como si eso hiciera disminuir el dolor del hijo. Y no se puede dar apoyo a alguien cuyo sufrimiento no queremos ver.
Mucha gente, por otro lado, restan importancia a sus padres ancianos en sus vidas, olvidándose de quienes son y hasta incluso de qué necesitan. La cercanía de la muerte no significa mucho, hasta que llega.
Muchos estudiosos del tema, aseguran que el motivo por el cual no se le da toda la importancia al fallecimiento de los padres es porque la expectativa social es que ellos se vayan antes, diferente de quien sufre la perdida de un hijo, una pareja o un hermano. El mandato social parece ser: “es lo normal, recuperate rápido que no tienes derecho a sufrir por esto”.
En general, las personas de entre 35 y 55, no dejan de trabajar una semana por la muerte de sus padres, y este es un fenómeno que muchos fundamentan en las obligaciones que individuos de esa edad, tienen con sus hijos y resto de la familia, y también en que la sociedad no le otorga la misma importancia a la pérdida de un padre anciano que a la de otro familiar cercano. En otras palabras, parece no tener derecho a acongojarse y pasar por un periodo de duelo.
Es en ese momento, en que se nota la importancia de los amigos y familiares. Cuando la persona está profundamente dolida y no tiene el tiempo necesario para superarlo en soledad.
Otros, en cambio, eligen ampararse en la fe y otros se “tragan” todos sus sentimientos y sufren en silencio. En algunos casos, pueden incluso desencadenarse cuadros severos como una depresión.
Sea como sea, se reconozca o no, nunca dejamos de ser hijos de nuestros padres, tengamos la edad que tengamos.
Fuente: enplenitud