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LA ABUELA

Por: Plinio Parra. Escritor colombiano
Para el viejo Luis

Y pasando Baltasar por Algarrobo, a orillas del río Ariguaní, vio a un hombre meditando bajo un guayacán.
_¿Quién va? _le preguntó el hombre.
_Baltasar, el peregrino, hombre de paz. Y vos, ¿quién eres y qué haces?
_Juan de Ribalta es mi nombre y cuentero soy. Visito el lugar donde fue sembrado el cuerpo de mi abuela, mujer admirable.
Hazme compañía un momento y te contaré su historia.
Y sentándose Baltasar sobre una piedra, le dijo:
_Os escucho, cuentero.
Y dijo Juan de Ribalta:
_Has de saber que quien ahí yace fue la reina de mi clan. ¡Y ocurre algo fantástico, peregrino! Cada vez que mi lengua invoca la palabra familia, la vieja resucita en mis entrañas.
Siempre la sorprendo en la cocina, con su eterno cetro de reina universal entre las manos. Un cucharón de palo. Con ese instrumento de poder la vi ejercer su gobierno sobre el mundo. Triturar fríjoles cabecita negra para espesar la sopa. Señalar linderos entre el bien y el mal. Otorgar responsabilidades. Conferir honores. Espantar los patos de la hornilla. Acomodar las brasas en el anafe. Voltear los pescados fritos. Sacar las presas del caldero. Llamarnos, despedirnos y ampararnos.
En fin, con ese cucharón entre las manos la vi salvando nuestro destino, endulzándonos los sinsabores y enseñándonos a vivir. Su trono estaba en la cocina. Según ella, es ahí donde palpita el corazón de todo imperio familiar.
Decía que bastaba que un hombre y una mujer asaran sus carnes en la misma parrilla para que hubiera matrimonio. Y creo que tenía razón, peregrino, porque entre más me refundo en los remotos orígenes de la planta familiar, más me tropiezo con sus condimentos filosóficos.
Cuando escarbé las raíces del vocablo Hogar me quemé las manos en su hornilla, porque Fogata fue la voz matriz que engendró y dio a luz los términos hogar, hoguera y hogareño.
Fíjate que aún mi abuelo, cada vez que hace referencia a los viejos tiempos de nuestra vereda, expresa que era un pueblo de treinta y tres fogones. Lo que trasladado significa treinta y tres hogares.
Como la abuela jamás supo ser nada diferente a ama de casa, siempre utilizó los vaivenes cotidianos para espolvorearnos sus pizcas de ciencia y cocernos a fuego lento con sus criterios. Segura, como nadie, de que es el calor de la gallina lo que convierte a los huevos en pollos.
Entre mi patrimonio espiritual, sin duda, se hallan sus exquisitas apologías sobre la mesa, elemento del ajuar doméstico que consideraba más importante que el mismo lecho.
_La mesa es un altar _preconizaba_. Donde se come, se ama.
Recuerdo que una vez mamá cometió la candidez de controvertir esta opinión y la abuela despedazó su argumento con un cálculo de matemática elemental. «Saca cuentas, hija mía _le dijo_. El comedor es el sitio donde el amor nunca fracasa. En él se echan tres polvos diarios de quince minutos de extensión cada uno, todos los días, hasta la muerte. Y lo mejor es que, entre más viejo se es, más duran las cópulas. Pero con la cama sucede lo contrario. En ella se duerme cada vez más hasta que un día el sueño amanece llamándose muerte».
Quizá por eso acostumbraba decirnos que no hiciéramos el amor sin antes haber comido, porque era de mal agüero usar la cama primero que la mesa. Y nos explicaba: «Cuando un hombre y una mujer se devoran a sí mismos como si ellos fueran la cena, después del coito, sólo hay espacio para el adiós».
Sostenía que un hogar era un sentimiento que se debía embotellar. Que un hogar sin troja donde suceder, se pudría, como todo lo que se dejaba a la intemperie. Que cuatro horcones y ocho palmas equivalían a la cuota inicial de la ilusión. Y que le fascinaba ver casas vivas: esas que le retoñan cuartos a medida que la familia crece.
«Empiezan como chozas y concluyen como palacios», indicaba.
Odiaba con el alma las flores artificiales y los gatos de porcelana, porque eran inventos que atentaban contra la ternura. Jamás toleró las camas de hierro. Y no gustaba de las viviendas sin patios. «Las bóvedas se hicieron para los difuntos», declaraba.
Como estimaba que una casa debía ser el universo al alcance de la mano y el deseo, en la suya nunca faltó un reloj, un diccionario, un frasco de Curarina, cuatro bolas de naftalina, una mata de ruda, un billete de lotería, un crucifijo, cuatro onzas de sal, una caja de fósforos, una lámpara, una aguja, un limonero, una tinaja y un mortero.
Mientras que el zarzo personal del abuelo estaba surtido con semillas de guayacán, guayaba, aguacate y zapote, un anzuelo, una piedra de amolar, una navaja y un almanaque Bristol.
Nos explicaba la vieja que la noche que se metió en la hamaca de mi abuelo, no le pidió amor porque sabía que la amaba, ni riquezas porque quería tenerlo consigo todas las noches completas ni promesas de fidelidad eterna porque la fidelidad era algo que había que merecer. Únicamente le pidió compañía, por sobre todas las cosas. Y mi abuelo, nos consta, le dio compañía. Se volvió cangrejo de un solo hueco y comensal de un mismo mesón.
Años más tarde, peregrino, sondé la palabra Compañía y quedé perplejo cuando descubrí que las entrañas latinas de este concepto son cum y panis, cuyo significado es pan que se comparte.
Un peldaño más abajo, sorprendí otro término mágico: Comunión, que literalmente es comer en unión.
Como has de suponer, estos hallazgos me condujeron de inmediato a la mesa de roble de mi abuela. Una mesa que jamás, ni siquiera en el trance de las mudanzas, consintió que fuera puesta con las patas hacia arriba, porque convocaba la mala suerte.
Cuando la familia recibió las visitas sin anuncio de las desgracias, la abuela también estuvo ahí, invencible, con su cucharón de palo, esa vara mágica que en momentos de naufragio le servía de remo. Para corroborarlo, un ejemplo.
Una tarde del año 47, el abuelo apareció en la puerta con la mano izquierda colgándole de una tira de piel a causa de un machetazo impreciso que se asestó cuando cortaba un mazo de hierba para su yunta de bueyes. Y, naturalmente, para un hombre de su temple, que juzgaba al machete y al garabato como símbolos de la libertad, aquel cercenamiento constituía un desastre.
Las posibilidades de restauración eran mínimas. Un practicante de medicina le encabezó las venas, le acomodó los huesos del carpo, le cosió la mano y, con más pericia que ciencia, le recomendó inmovilidad total.
En consecuencia, el abuelo, abatido, atribulado por el manco futuro que había de esperarle, hizo lo mismo que los pájaros de canto cuando tienen un ala partida: decidió matarse de hambre. No contaba con la abuela. La vieja, solidaria con su dolor pero feroz con su candidez, fue a la cocina y atacó su desaliento en el lugar preciso: el estómago.
Le removió las vísceras con el aroma de sus menestras a fuego lento. Le cuarteó el alma con el estrépito de los cocos que rompía con destino al arroz. Le exacerbó la codicia con las emanaciones del dulce de ciruelas en punto de almíbar. Y le irritó el hígado con los espíritus revueltos del café hirviendo, las caribañolas acabadas de fritar y las mazorcas biches sobre el asador.
Fue un milagro rápido. A las cuatro horas de tortura al viejo le explotaron las ganas de morir y mandó al carajo la tristeza con su fecha de expiración.
Así era la abuela, peregrino. Así defendía a los seres que amaba. A ella ningún remolino veranero pudo arrancarle la ropa que tendía en los alambres.
Recuerdo que el principal mandamiento de la familia estaba escrito detrás de un portón. Un mensaje que había sido grabado con tizones para que fuera perpetuo: «Que a esta casa jamás entre la guerra». Y aunque te parezca increíble, esa ley nunca fue quebrantada.
Cuando la vieja estimaba que sus cantaletas eran irrefrenables se lanzaba al patio y empezaba a ventear, primero en susurro y después a todo pulmón, sus largos y temidos memoriales de agravios, que no dejaban olla sin destapar.
Esa era su forma de arrancarse las espinas del corazón.  El abuelo era al revés. Cuando le sofocaban la paciencia, optaba por silencios irrompibles, tomaba su hamaca a rayas, la colgaba bajo los nísperos y empezaba a digerir su cólera.
Pero siempre supimos que cuando regresaban a la sala, estaban en paz, como si nada.
El imperio de estos dulces viejos comenzaba allí donde concluía la ciencia de papá y mamá.
Si papá me enseñó a bajar luceros para que ningún puyazo del azar pudiera vaciarme el corazón, mi abuelo me enseñó a distinguir los luceros frescos de los empollados para que no perdiera el tiempo dando esperanzas hueras.
Y si mamá me enseñó que cuando los dolores se dividen entre dos los gritos se vuelven arrullos, la abuela me enseñó que donde duermen dos duermen siete porque cerrada la puerta todo es cama.
Todavía recuerdo las máximas de tenor amoroso con que mis abuelos acostumbraban lijar a tío Bautista, el bordón de sus hijos.
«Aprende a amar _le exhortaba la abuela_. Dios castiga a los hombres que no saben adobar a una mujer. Ustedes son felices cuando una mujer les da de comer el alma porque el amor les entra por la boca. Nosotras somos dichosas cuando un hombre, mientras come, nos dice linduras porque el amor nos entra por los oídos».
Y subrayaba: «Aprende a amar si quieres ser feliz. Las mujeres de estos tiempos ya no están dispuestas a morirse sin saber lo que es un orgasmo, ni a disimular su apetito sexual sembrando matas exóticas, ni mucho menos a matarse el tigre de las ganas con el trinche de la mano. Ve que te lo digo. Si eres capaz de regalarle sus cinco minutos de cielo, como debe ser, una mujer te entregará la tierra toda su vida. Por una sencilla razón. Las mujeres siempre hemos tenido mejor abono para los sentimientos que los hombres. El amor nos hincha. Nuestros afectos y desafectos son más auténticos. Como enemigas somos hienas. Como amantes, unas palomas. Y como madres, unas perras».
Como ves, peregrino, estamos ante el retrato de una mujer que fue terriblemente sincera, casi cruel, como un espejo, pero tierna.
Mi prima Aidé y su marido sostienen que la abuela es la culpable de su felicidad conyugal, por el consejo que les dio el día de su boda: «Recuerden que el corazón se llena de arena cuando se echan polvos huérfanos de amor».
Siempre estuvo enamorada de su viejo.
Le encantaba decir que la mejor decisión de su vida había sido enredar su rosa en el alambre de púas de mi abuelo.
Fueron marido y mujer durante sesenta y un años. Desde el año 38 hasta su muerte, en el 99, pues la muerte era la única cosa de este mundo que podía estrangular su historia de amor.
Mi abuela amaba tanto vivir que la muerte tuvo que apagarla por partes. Un primer ataque de trombosis le mató todo lo que tenía en el lado de estribor. Incluso la voz. Por eso el abuelo aceleró la despedida soplándole al oído un chiste grande que la hizo palmotearse un muslo, a manera de celebración.
Luego el viejo le encimó un trozo de candor que nos sacudió a todos:
_Discúlpame los ratos de hambre _le dijo.
La abuela intentó sonreír, estiró la mano que le quedaba viva y mamá le dio una pizarra de cartón con una tiza.
_«¡Imposible! _escribió con la garra izquierda_. Esos momentos de amor es todo lo que me queda. Y pienso llevarlos conmigo».
Auténtica hasta el final. Porque ella casi consideró nuestra pobreza como una virtud. Un aforismo guisado en sus fogones pinta esta convicción: «Quien no ha tomado sopa de huesos, no conoce el exquisito sabor del tuétano».
A medianoche tuvo un segundo ataque de trombosis que le mató el resto del cuerpo, le quemó las retinas y creo que la dejó sorda. Sus últimos quince días los pasó así, en coma profundo. Sueño de muerte que quisimos espantarle, levantándola a balazos de oxígeno, guiados por la torpe certidumbre de que mientras respirara, era nuestra. Esfuerzo inútil.
La vieja se acabó cuando aspiraba el oxígeno de la bala número catorce.
Eran las cinco de la mañana del 12 de noviembre del 99. Había que admitirlo. La legendaria Olga Fernández era mortal.
Ese día empezó a ser tarde para muchas cosas.
Al abuelo le quedó el aroma de sus caldos entre los dedos. Daba lástima. Pues no era de alambre ni tenía púas. Por la mañana salía al patio y se ponía a mirar el suelo, como abrigando la secreta esperanza de que la vieja regresaría transfigurada en matica de llantén o mariposa. Permanecía siglos viendo cómo las brisas deshilachaban una nube o siguiendo paso a paso el lento cortejo de las lagartijas sobre las matas de Buenas tardes. A las dos o tres horas de contemplación, cuando juzgaba que la cópula era inaplazable, dirigía los ojos hacia otras criaturas y se ponía a llorar.
Todo le recordaba a la vieja. Todo.
Sin embargo, quiénes temimos que el abuelo no soportaría la primera semana de ausencia, nos equivocamos. A los quince días, ya la llaga viva del adiós tenía costra. Y al mes, hubo necesidad de motilarlo, porque el pelo le crecía en abundancia.
Aún llora, pero me consta que ya se le cuelan sonrisas.
Y no puede ser de otro modo, peregrino. A él la vieja le enseñó, primero que a nosotros, que siempre hay callejones felices. Siempre. Basta secar los ojos para verlos.
Hasta aquí llega esa película vieja que protagoniza mi abuela. A primera vista es un rollo triste porque finaliza en soledad. Más no te equivoques, viajero.
Esa aparente soledad es la espuma que cubre los bordes de la copa. Debajo está el elixir. Porque en eso se convierten todas las abuelas del mundo. En extracto de vida en algún lugar del alma o del corazón.
Es cierto que las abuelas mueren, pero para volverse hadas madrinas. Y ya sabemos que a las hadas madrinas no las mata la muerte sino el olvido.
¿Cómo puede morir una mujer que parió siete hijos, vio nacer cincuenta y dos nietos y arrulló a ciento cuarenta y cinco bisnietos?
En lo que a mí concierne, siempre la recordaré como la mujer que me enseñó que la palabra familia tiene aromas.
Que huele a guiso de carne, a calostro de madre primeriza, a aliento de canela en rama, a tierra mojada, a maduro mango de azúcar y a sábana sudada.
Y puedes comprobarlo, peregrino.
Ninguna enciclopedia del mundo te dice que la palabra familia huele.
_Tienes razón, cuentero _subrayó Baltasar, conmovido_. Ninguna enciclopedia lo dice.
Bella mujer tuviste por abuela. Bella mujer.

(Tomado del Libro «Baltasar, el hombre que vendía luceros»
(Colombia, 2000), del escritor colombiano Plinio Parra)

(Por gentileza del autor).

VIVIENDA SEGURA Y CONFORTABLE PARA LA TERCERA EDAD

viviendaEs muy importante vencer algunas “barreras arquitectónicas” para que las personas mayores vivan bien, cómodas y seguras. ¿Cuáles son estas barreras? Son aquellas dificultades comunes de las viviendas, que se tornan todavía más peligrosas cuando en ella habitan personas mayores, tal vez disminuidas en su visión o motricidad.

Las claves para que una casa sea segura, y así evitar accidentes domésticos, son las siguientes:

  • El suelo de toda la casa debe ser antideslizante, obviando parquets y pisos encerados.
  • Si hay alfombras, asegurarse de que estén adheridas o clavadas al suelo para evitar tropezones.
  • En el comedor, la mesa debe ser de un color contrastante con el piso y las paredes para que la persona, aún disminuida en su visión, pueda diferenciar bien sus límites.
  • Es ideal que las sillas sean firmes, con apoyabrazos y soporte para la espalda.
  • Los sillones deben ser altos – para que la persona pueda sentarse y levantarse sin mayores esfuerzos – y no demasiado mullidos.
  • En la cocina, las alacenas deben estar colocadas a menor altura.
  • Optar por las cocinas eléctricas para evitar cualquier tipo de accidente con el uso de gas.
  • En el baño evitar las bañeras o bañaderas. Lo más conveniente es un pie de ducha al ras del piso, con un duchador de manos y mamparas en lugar de cortinas. Todas estas modificaciones evitarán potenciales caídas o resbalones.
  • Para los inodoros, pueden comprarse unos de mayor altura especialmente diseñados, o bien colocar los existentes a mayor distancia del piso.

Por último, hay detalles de seguridad muy importantes a tener en cuenta. Por ejemplo: instalar timbres o alarmas para que las personas mayores puedan pedir ayuda fácilmente si tienen algún problema; teléfonos con números grandes o luminosos para que puedan comunicarse en caso de visión reducida; mecanimos para subir y bajar persianas con sólo apretar un botón, etc.

Todas estas modificaciones van a contribuir a darle tranquilidad a los mayores para que puedan moverse con libertad por sus casas.

| Vía Clarín

CÓMO MONITORIZAR LA PRESIÓN ARTERIAL (SANGUÍNEA) EN CASA.

digital¿Porqué debo tomarme la presión arterial en la casa y llevar un registro de ello?
Tomarse la presión arterial en la casa y llevar un registro de las lecturas le mostrará a usted y a su médico qué tanto cambia su presión sanguínea durante el día. Su médico puede usar las lecturas para ver qué tan bien está funcionando su medicamento para controlar su presión alta. Además, medir su propia presión arterial es una buena manera de participar en el manejo de su salud.

¿Qué equipo necesito para medirme la presión arterial?
Para medirse la presión arterial en casa usted puede usar ya sea un monitor aneroide o un monitor digital. El monitmonitor aneroide tiene un tablero indicador que se lee mirando el puntero de una aguja. El manguito se infla a mano apretando una perilla de caucho. Los monitores digitales tienen manguitos ya sea digitales o automáticos. La lectura de la presión sanguínea se exhibe en una pequeña pantalla. Escoja el tipo de monitor que se adapte mejor a sus necesidades.

¿Cuáles son los pros y los contras del monitor aneroide?
Una ventaja del monitor aneroide es que puede llevarse con facilidad de un lugar a otro. Además, el manguito para el dispositivo tiene un estetoscopio incorporado de modo tal que usted no tiene que comprar un estetoscopio por separado. También, es más fácil de manejar de ese modo. La unidad puede tener una característica especial que hace que sea más fácil colocarse el manguito con una mano. Además, el monitor aneroide cuesta menos que los monitores digitales. Los monitores aneroides varían de precio desde más o menos $20 hasta $30 dólares.

El monitor aneroide también tiene algunas desventajas. Primero, es un dispositivo complicado que puede dañarse fácilmente y volverse menos exacto. El dispositivo también es difícil de usar si no tiene una característica especial —un anillo de metal— que facilita ponerse el manguito. Además, la perilla de caucho que infla el manguito puede ser difícil de apretar. Este monitor puede no ser apropiado para las personas con deterioro auditivo por la necesidad que tienen de escuchar los sonidos del corazón a través del estetoscopio.

¿Cuáles son los pros y los contras del monitor digital?
Puesto que el monitor digital es automático es el dispositivo más popular para medir la presión. La medición de la presión arterial es fácil de leer pues los números se presentan en una pantalla. Algunos monitores electrónicos tienen una impresora de papel que le da a usted un registro de la lectura de la presión arterial.

El monitor digital es más fácil de usar que el monitor aneroide. Tiene un indicador y un estetoscopio en una sola unidad y los número son fáciles de leer. Además, tiene un indicador de error y el desinflado es automático. El inflado del manguito es ya sea automático o manual dependiendo del modelo. Este dispositivo para monitorizar la presión sanguínea es bueno para las personas con deterioro auditivo puesto que no hay necesidad de escuchar los sonidos del corazón a través del estetoscopio.

Una desventaja del monitor digital es que la exactitud cambia con los movimientos corporales o con una velocidad irregular de los latidos del corazón. Además, el monitor requiere pilas. Algunos modelos están diseñados para usar solamente con el brazo izquierdo. Esto puede hacer que les sean difíciles de usar a algunos pacientes. Finalmente, algunos monitores digitales son caros. El precio fluctúa desde ·U$S 30 hasta más de U$S 100.

¿Puedo usar un monitor para presión sanguínea en el dedo o en la muñeca?
Las pruebas han demostrado que los dispositivos para el dedo o la muñeca no miden la presión sanguínea con mucha exactitud. Estos son extremadamente sensibles a la posición y temperatura corporal y más costosos (más de $100 dólares) que los demás monitores.

Características que debe buscar en un monitor para presión sanguínea

* Un manguito de tamaño apropiado es muy importante. Pregúntele a su médico, enfermero o farmacéutico cuál es es tamaño de manguito que usted necesita tomando como base el tamaño de su brazo. Las lecturas de la presión sanguínea estarán equivocadas si el manguito es del tamaño equivocado.
* Los números en el monitor deben verse fácilmente para que usted los pueda leer.
* Si usted está usando un estetoscopio deberá poder escuchar los ruidos del corazón a través de este.
* El costo puede ser un factor importante. Puesto que las unidades para medir la presión sanguínea en la casa varían de precio, usted debe comparar precios antes de comprar. Las unidades más caras pueden no ser las mejores o las más exactas.

¿Cómo se si mi dispositivo para monitorizar es exacto o si lo estoy usando correctamente?
Una vez que usted compra su monitor llévelo al consultorio de su médico para que chequeen su exactitud. Usted debe hacer chequear su monitor una vez al año. También es necesario cuidarlo y guardarlo apropiadamente. Asegúrese de que las mangueras no están torcidas cuando el monitor está guardado y manténgalo lejos del calor. Revise las mangueras periódicamente para verificar que no tengan rajaduras o escapes.

Pídale a su médico o enfermera que le enseñe a usar correctamente el monitor para la presión. El uso adecuado del mismo le ayuda a usted y a su médico a lograr buenos resultados para controlar su presión sanguínea.

Entendiendo los términos médicos
* Presión arterial es la fuerza que la sangre ejerce sobre las paredes de la arteria.
* Hipertensión significa presión arterial alta.
* Arteria braquial es un vaso sanguíneo que va desde su hombro hasta justo debajo de su codo. Usted mide la presión en esta arteria.
* Presión sistólica es la presión más alta dentro de una arteria cuando su corazón está bombeando sangre hacia el cuerpo.
* Presión diastólica es la menor presión dentro de la arteria cuando su corazón está relajado.
* La lectura de la presión sanguínea se hace combinando tanto la presión sistólica como la presión diastólica. Normalmente se escribe así: 120/80, con el número de la presión sistólica primero.

¿Qué necesito hacer antes de medirme la presión sanguínea?
* No use cafeína, alcohol, o productos derivados del tabaco 30 minutos antes de tomarse la presión arterial.
* Vaya al baño antes de tomarse la presión arterial.
* Descanse entre tres y cinco minutos antes de tomarse la presión sanguínea. No hable.
* Siéntese en una posición cómoda con las piernas y pantorrillas sin cruzar y con un soporte en la espalda.
* Coloque su brazo levantado al nivel del corazón, sobre una mesa o un escritorio y siéntese sin moverse.
* Envuelva el manguito de tamaño adecuado alrededor de la parte superior del brazo sin ropa, cuidando de que quede liso y de modo que le quede justo. El manguito debe quedarle justo pero debe quedar suficiente espacio para poder meter la punta del dedo debajo del manguito.
* Asegúrese de que el borde inferior del manguito esté una pulgada (2,54 cm) más arriba del pliegue de su codo.

¿Cómo uso un monitor aneroide?

1. Coloque las piezas para el oído de su estetoscopio dentro de sus oídos con las piezas vueltas hacia adelante.
2. Coloque el disco del estetoscopio en la parte interna del pliegue de su codo.
3. Rápidamente infle el manguito apretando la perilla de caucho hasta alcanzar 30 a 40 puntos por encima de la última lectura de su presión sistólica. Infle el manguito rápidamente y no poco a poco. Inflar el manguito demasiado despacio hará que la lectura sea falsa.
4. Afloje ligeramente la válvula y lentamente deje salir algo de aire del manguito. Desinfle el manguito a una velocidad de dos a tres milímetros por segundo. Si usted afloja la válvula demasiado no será capaz de determinar su presión sanguínea.
5. A medida que usted deja salir aire del manguito comenzará a oír los latidos de su corazón. Escuche con cuidado el primer ruido. Chequee la lectura de la presión sanguínea mirando la punta de la aguja del tablero. Este número será su presión sistólica.
6. Continúe desinflando el manguito. Escuche los latidos de su corazón. Escuchará el latido de su corazón en algún momento. Chequee la lectura en el tablero. Este número es la lectura de su presión sistólica.
7. Anote su presión arterial colocando la presión sistólica antes de la presión diastólica; por ejemplo, 120/80.
8. Si desea repetir la lectura, espere de dos a tres minutos antes de volver a inflar el manguito.

¿Cómo uso un monitor digital?

1. Coloque el manguito alrededor del brazo. Encienda el instrumento y ponga a andar la máquina.
2. El manguito se inflará por si solo al empujar un botón en los modelos automáticos. En los modelos semiautomáticos, el manguito se infla oprimiendo la perilla de caucho. Después de que el manguito se infla, el mecanismo automático comenzará a disminuir lentamente la presión del manguito.
3. Mire la pantalla de lectura del monitor para ver la lectura de su presión sanguínea. La máquina le mostrará su presión sistólica y diastólica en la pantalla. Anote su presión sanguínea colocando la presión sistólica antes de la presión diastólica.
4. Oprima el botón de desinflado para eliminar todo el aire del manguito.
5. Si desea repetir la lectura, espere de dos a tres minutos antes de volver a inflar el manguito.

¿Qué significa el número resultante de mi presión arterial?
Una presión arterial normal equivale a 120/80 o menor. Presión arterial alta es 140/90 o mayor. Si su presión arterial están entre 120/80 y 140/90 usted puede estar teniendo algo que se conoce con el nombre de hipertensión; usted está pasando por las etapas iniciales y tiene riesgo de padecer de la presión arterial. Solamente su médico le puede decir su usted tiene o no elevación de la presión arterial. La mayoría de médicos evalúan su presión arterial varias veces y en días distintos antes de tomar la decisión de darle un diagnóstico de hipertensión. Si usted tiene la presión arterial elevada o si se considera prehipertenso, necesita monitorizar su presión arterial con buena regularidad y mantenerse en contacto con su médico de familia..

Sistólica                                Diastólica
(primer número)              (segundo número)

Normal     Menor que 120     Menor que 80
Prehipertensión     120–139     80–89
Presión sanguínea elevada: 1 er etapa     140–159     90–99
Presión sanguínea elevada: 2 etapa     160 o mayor     100 o mayor

*Si usted padece de diabetes o de enfermedad del riñón, los rangos de la presión arterial elevada pueden ser más bajos de lo que es normal para otras personas. Consulte con su médico sobre qué valor para usted se considera como presión arterial elevada.

Tener la presión baja, lo cual se conoce con el nombre de hipotensión, ocurre cuando su presión sistólica está continuamente (tiene varias mediciones de las lecturas de su presión durante varios días) por abajo de 90 ó 25 puntos por debajo de lo que es normal. La hipotensión puede ser una seña de que ha ocurrido algo grave; por ejemplo, un choque que puede producir la muerte. Llame a su médico de inmediato si tiene mareo o siente que se va a desmayar.

Escrito por el personal editorial de familydoctor.org.

Academia Estadounidense de Médicos de Familia