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EL ENVEJECIMIENTO EN URUGUAY

uruguayUruguay cuenta con la población más envejecida de América Latina. En el contexto de su proceso temprano de transición demográfi ca, tanto las bajas tasas de fecundidad que se han mantenido relativamente estables por más de
medio siglo como los procesos estructurales y recientes de emigración internacional hacen que contemos con una población envejecida cuyo proceso parece intensificarse en los próximos años. Actualmente la población uruguaya cuenta con un 17% de adultos mayores de 60 años, cifra que alcanzará a 25% para el año 2050 según las proyecciones demográfi cas, con un particular aumento en la población mayor de 80 años.
La dinámica demográfi ca es diferencial según los sectores socioeconómicos, hecho que refleja en muchos casos lo ocurrido en otras sociedades de América Latina.
Si bien el país se caracterizó por procesar una transición demográfica adelantada en comparación con las características continentales, los problemas demográficos del Uruguay de hoy combinan un mosaico de comportamientos heterogéneos; algunos tienen mucho que ver con problemáticas del subdesarrollo (pobreza,
desigualdad social) y otros tienen mucho que ver con fenómenos propios de los países desarrollados (envejecimiento, fecundidad a punto de caer por debajo del nivel de reemplazo, segunda transición demográfi ca) (Paredes, 2004a).
La problemática del envejecimiento en Uruguay no es nueva. De hecho somos una sociedad envejecida hace más de medio siglo. Si bien el descenso de la mortalidad ha contribuido a este proceso, más importante resulta el descenso
de la fecundidad, sobre todo porque es el indicador que más refl eja un comportamiento diferencial por sectores sociales. La tasa global de fecundidad se mantiene en Uruguay relativamente estable en torno a 2.6 hijos por mujer, pero el desequilibrio que presenta este guarismo entre los sectores socioeconómicos refleja la clara concentración de la reproducción biológica de la población en los estratos más carenciados. Entre tanto los sectores socioeconómicos más favorecidos y educados han controlado sus pautas de fecundidad hasta llegar bastante por debajo del nivel de reemplazo poblacional (Paredes y Varela, 2001; Paredes, 2003a). Sumado a esto, y como efecto más coyuntural y reciente, la migración internacional recobra impulso a principios del milenio con la crisis económica que atraviesa el país –y que tiene su punto más álgido en el año 2002– provocando la emigración de gente joven en edad reproductiva.
Como vemos, una de las características de nuestro país es tener un perfil poblacional de país desarrollado, coexistiendo con una infraestructura sociosanitaria de país empobrecido. Estructura sociosanitaria que hasta el momento se ha caracterizado por la poca coordinación entre las políticas y servicios de salud con los sociales. La ausencia de un plan gerontológico que permita elaborar una propuesta de atención sociosanitaria a esta población, es otro de los aspectos a señalar (Nisizaki y Pérez, 2004). No obstante, en los últimos años, la aprobación en el Parlamento de la Ley de Promoción Integral del Adulto Mayor, es un primer paso en este sentido y da cuenta del comienzo de una mayor atención de las autoridades en el tema.
Del libro: «Sedimentos y transformaciones en la construcción psicosocial de la vejez.»
Fernando Berriel, Mariana Paredes y Robert Pérez

LA NUEVA TERCERA EDAD EUROPEA

Las personas mayores ya son un grupo demográfico suficientemente importante para que sociólogos, políticos y empresarios lo tengan muy en cuenta.

vejez03Nadie lo duda: el aumento de la longevidad ha sido una de las mejores noticias del siglo XX. Pero, en los países desarrollados, esta agradable nueva lleva consigo un efecto indeseado: junto con el aumento de la esperanza de vida se experimenta un creciente descenso de la natalidad. Como consecuencia de eso, la sociedad envejece. En el año 1950 en el mundo había 200 millones de personas mayores de 60 años. En 1970 se alcanzó la cifra de 307 millones y en 2000 se superaron los 580 millones. El número de miembros de la llamada “tercera edad” aumenta veinte puntos porcentuales más que el crecimiento de la población. Nos encontramos, así, en la generación de la historia con mayor proporción de personas mayores.                                                                  ¿Es también a la que más respeto les concede?

Un enredo burocrático
Lamentablemente, todo parece indicar que no. Según el especialista en bioética español José García Férez, “la pérdida de importancia y relevancia social de los mayores ha propiciado lo que en la actualidad se denomina técnicamente etaísmo”. Se trata de un conjunto de valores o actitudes que vienen a marginar en todos los órdenes de la vida al anciano y a producir un deterioro de la estima social. El culto a la juventud, a la velocidad, la actualidad, el descrédito de la madurez, la pérdida de valores tradicionales, los cambios de hábitos culturales, la desintegración de la familia, la obsesión por la salud y la forma física… son fenómenos que, directa o indirectamente, vienen a relegar la función de los ancianos a un segundo término. Es por eso por lo que García Pérez reclama que se constituya una “ética gerontológica adaptada al momento presente”.

Cuando vivimos en la flor de nuestra juventud o disfrutamos de las mieles de una adultez serena y madura no reparamos en la cantidad de problemas técnicos, administrativos y sociales a los que se enfrenta una persona mayor. El ingreso voluntario o involuntario en una residencia geriátrica, la realización de un testamento vital, la organización de las directrices anticipadas sobre el patrimonio o la familia, la designación de un tutor legal en caso de incapacidad, la subrogación de decisiones, la pérdida de la intimidad, la exclusión laboral, el uso del sistema sanitario, la pensión…, envejecer puede convertirse en una pesada carga burocrática y casi ninguna sociedad está preparada para facilitar la tarea a los millones de ciudadanos que deben realizarla.

Pero, por otro lado, el triunfo de la vejez sobre la enfermedad gracias a los últimos avances médicos ha favorecido el florecimiento de una nueva masa social compuesta por personas mayores sanas, vigorosas, deseosas de participar en la actividad social, conscientes de su peso político, consumidoras y reivindicativas.

Nuevo grupo de presión
Según la mayoría de los expertos, los agentes sociales no terminaron de reaccionar correctamente ante el surgimiento de este nuevo grupo de población. Los políticos intuyen que en él existe un interesante depósito de votos, pero no saben cómo explotarlo. La nueva tercera edad ha empezado a organizarse de manera espontánea a la espera de que alguien repare en su importancia.

Como consumidores, los ciudadanos maduros han encontrado un lugar, por lo menos en los países más desarrollados. Revistas, productos cosméticos, viajes, ocio, inmobiliarias.., no pocos sectores han decidido dedicarse a cautivar a los mayores de 65 años. Con eso, según los expertos en marketing, se ha producido una curiosa competencia entre el culto a la figura joven y el deseo de no incomodar a la madura. ¿Será esta competencia el motor de un nuevo cambio social que estimule un mayor respeto hacia el papel de los abuelos en la sociedad?

No es posible saberlo. Lo que se pueden hacer los especialistas en detectar si se han producido cambios en la percepción de la vejez a lo largo de los últimos años. En este sentido resulta revelador el informe elaborado por el profesor de la Universidad de Sheffield Alan Walker bajo el título «Actitudes hacia el envejecimiento de la población en Europa». Se trataba de una comparación de los euro-barómetros sucesivos entre 1992 y 2000, sobre todo en las preguntas que se refieren al futuro y presente de las personas mayores.

En dicho informe se detectan importantes diferencias de criterio entre los europeos de hoy y los de hace 12 años respecto a la ancianidad. Por ejemplo, se ha experimentado un creciente pesimismo ante la posibilidad de que no se mantenga el sistema actual de pensiones. Si en 1992 sólo los griegos y los portugueses consideraban que las pensiones futuras serían más bajas que las actuales, en 1999 ya no quedaba ningún país optimista al respecto. Por otro lado, en casi todos los países aumentó el número de personas que consideran que sería bueno retrasar la edad mínima de jubilación. De estos datos se desprende que ha habido un aumento de la incertidumbre sobre el futuro del sistema social de apoyo al jubilado, aunque muchos consideran más que nunca que una persona de 70 años está perfectamente capacitada para seguir manteniéndose con su propio trabajo sin necesidad de jubilarse.

Contra la discriminación
En este mismo período, los europeos también tomaron conciencia sobre otro tema que afecta a los adultos mayores: la discriminación por cuestión de edad, un asunto que no es exclusivo de Europa. En 1992 dos de cada tres europeos pensaban que era necesaria una legislación específica para luchar contra esta forma de discriminación, sobre todo en el ambiente laboral. En 1999 la proporción subió a tres de cada cuatro.

A pesar de eso, los datos demuestran que los problemas sociales derivados de la edad no están demasiado presentes en la mente de los ciudadanos de Europa. Un porcentaje muy elevado de encuestados tanto en 1992 como en los años posteriores reconoció «no haberse planteado todavía” qué iba a sentir cuando se jubilara. La jubilación no es un tema prioritario para los jóvenes y adultos maduros. Aún así, la mayoría de los europeos es partidaria de una jubilación flexible y de que se impulsen medidas de envejecimiento activo, como empleos de asesoría para personas mayores o trabajos de voluntariado para jubilados.

En cuanto a la atención de los mayores, los datos demuestran que el ingreso en una residencia geriátrica es considerada la «peor” opción en la mayoría de los países. En los países nórdicos, la atención residencial cuenta con más apoyo que en los países del sur. En toda Europa, sin embargo, parece existir consenso a la hora de declarar quién debe hacerse solidario de la atención de los mayores: sin duda, la familia. Aunque, como es sabido, una cosa es la intención y otra que realmente se predique con el ejemplo.

Fuente Consultada:  Revista Muy Interesante