Archivo de la categoría: Narraciones, relatos, cuento, historias y leyendas sobre la vejez

LA SUBASTA. Relato

corcel negroNunca se sabe si el fémur se rompe por una caída o la caída es como consecuencia de haberse roto el fémur, en cualquier caso se llevaron a Petronila al hospital aquejada de la fractura del hueso a la altura del trocanter menor.

La operaron y cuando regresó pasó a ocupar el silloncito con sujeción frente a la ventana.

Una de sus hijas, creo que fue la mayor, le proporcionó un ordenador portátil con conexión inalámbrica a Internet  y  Petronila pasó a formar parte del enjambre de usuarios navegadores cada día en mayor expansión.

Tuvimos que programar el permiso para usarlo ya que su afición crecía hasta el paroxismo convulso y era necesario que comiera algo y durmiera las horas convenientes.

Primero su afición derivaba en viajes y visitas a los lugares más lejanos, digitalizando espacios exóticos y entrometiéndose en foros, debates, blocs y páginas web de todo tipo.

Luego se inició en asistir, incluso en participar en subastas de lo más variopinto y aunque nunca llegaba a rematar ninguna puja, ya que ni podría ni debía, según parece se lo pasaba en grande.

Un día que había amanecido radiante y cuando ella se encontraba en pleno entretenimiento matinal, una auxiliar se acercó con un papel en la mano y algo excitada.

Detrás suyo, pisándole los talones, un señor con bigote y gorra “oficial” y la directora con semblante y ojos sobresaltados.

Antes de que llegaran se me ocurrió mirar por la ventana.

En el jardín, sujeto por las bridas a la verja de la puerta principal, un magnífico caballo, negro y con la apariencia de una raza equina exclusiva, relinchaba nervioso a la espera quizás de su nueva dueña.
Publicado por joan font -FONI –

ALIENTO FAMILIAR

Era un grupo numeroso, estaban en el centro del jardín rodeando a la nueva residente Era bisabuela, abuela, madre y tía de la mayoría de los asistentes, donde quizás también asistía alguna vecina.
Parecía ser una despedida colectiva y algo culpable. Me acerqué y la que prometía ser una de las hijas, cabello cano, mirada penetrante y jersey azul, me recibió ante la mirada expectante de todo el grupo, residente incluida. Su saludo fue algo seco y autoritario:
-Buenas tardes- Era más una pregunta de quién es usted que un saludo de bienvenida.
Como así lo entendí, me presenté y aguardé a mi vez.
– Somos la familia de “mamá”. Va a quedarse aquí unos días-explicó al tiempo que se apartaba para que pudiera ver a “mamá”.
Era una anciana de aspecto resignado y ademanes desvalidos. Tenía la mirada triste, cosa que no me sorprendió, era la mirada habitual en la mayoría de los nuevos ingresos.
-Papá falleció hace dos meses y hemos creído que aquí la podrían cuidar mejor hasta que se restablezca. Todos trabajamos y..-
Otra de las asistentes, seguramente la hija número dos, la interrumpió en una evidente reivindicación de sus derechos protagonistas.
-Mamá está delicada y hemos pensado que aquí…-
Un chico flacucho de una edad indefinida y con derechos de nieto o algo así, la interrumpió a su vez.-
-La vendremos a ver todos los días. Somos muchos…- aclaró mirando a su alrededor.
Todos corroboraron sus palabras en la mentira más unánime que recuerdo.

Joan Font-FONI

ENRIQUETA DIOSDADO – Relato

EstanqueEnriqueta Diosdado, aragonesa de nacimiento y con casi los 95 a sus espaldas se adornaba al hablar con un ligero ceceo que arrastraba desde su más tierna infancia. Cuando hacía buen día y el sol invitaba a salir al jardín, yo empujaba su cochecito y asomábamos al aire libre, donde se respiraba mejor. Teníamos una costumbre, mejor dicho, una especie de juego inocente que a ella le encantaba. Me lo pedía nada más traspasar el umbral y lo habíamos repetido tantas veces que casi se convertía en algo usual. Salíamos por el pavimento exterior hasta el inicio de una suave pendiente que llevaba al jardín propiamente dicho. Eran solo un par de metros de suelo asfaltado por donde las ruedas de la silla se deslizaban sin dificultad. Durante este breve recorrido, ella me urgía con su gracejo habitual: -«Vamoz, vamoz» – ordenaba nervosa. Una vez allí la soltaba después de darle un suave empujón. El carricoche aceleraba por si solo hasta terminar frenado por el cese del empuje y la tierra blanda. Durante este transito mínimo Enriqueta levantaba brazos y piernas cuanto podía, que no era mucho y presa de un frenético jolgorio, iba soltando grititos de alegría sin límites.

“- Azi, azi…”- exclamaba jubilosa.
Nunca ocurría nada, el estanque quedaba lejos y el cochecito se detenía sin peligro ni brusquedad.
Pero lo que no ocurre en cien años, puede ocurrir en un día. Aquella tarde, fuera porque mi fuerza de empuje había sido más enérgica de lo habitual, fuera porque la tierra estaba más reseca y frenaba menos o quizás porque alguien engrasó sin avisar las ruedas del improvisado “todoterreno”, el vehículo no sólo no se detuvo donde debía sino que siguió acelerando en dirección directa hacia el borde del estanque, amenizado por las alegres exclamaciones de su ocupante. El parterre que rodeaba el estanque, era sólido y no muy alto. Cuando el carruaje topó con él, se inició una de las leyes más conocidas de la dinámica y Enriqueta Diosdado levantó el vuelo para amerizar poco después en las tranquilas aguas del estanque que la recibieron agradecidas. El planeo fue majestuoso y su contacto con las aguas y los nenúfares que la poblaban no fue violento, más se pareció a una tabla de “surf” rebotando ligeramente en un mar apacible. Tanto la auxiliar que atendía el jardín como yo, corrimos hacia el embalse asustados, Enriqueta era muy mayor y el golpe con el agua podía haberla lastimado de gravedad. El agua, al fin y al cabo, aunque presume de flexible si el golpe contra ella viene de cierta altura se convierte en rocosa. Tardamos apenas unos segundos y al llegar contemplamos a una Enriqueta sentada en el centro del estanque, con agua y flores verdes hasta la cintura, escurriendo su pelo con energía y voceando a todo pulmón: “Ziiiiiiiiiiii, ezas son las emoziones que a mi me guztan…¡”

Joan Font – FONI