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LOS TESTS – Relato.

Cuando algún nuevo residente ingresaba, era habitual que después de las revisiones médicas se sometiera a una serie de tests psicométricos, los proyectivos eran demasiado caros, con el fin de situar más o menos los valores de su cognición, orientación y memoria preservados.

Uno de ellos era el solicitar que nombrara en un minuto cuantos animales recordara.
Dagoberto García recitó sin titubear cuarenta y además por orden alfabético. Empezó con abeja y terminó con zorro.

Sin dar muestras de mi asombro seguí con la evaluación.

El siguiente test eran diez preguntas sencillas, tales como su nombre, su edad, su fecha de nacimiento etc. No sólo la contestó todas correctamente sino que además las detalló, por ejemplo en su fecha de nacimiento añadió la hora, en el nombre de sus padres, añadió apellidos e incluyó los de sus abuelos. En el lugar donde estábamos lo adornó con detalles de su provincia, números de habitantes y extensión y si no le interrumpo creo que me iba a dar las coordenadas geográficas.
Seguía luego una serie de números que debía memorizar primero, ir luego restando 3 unidades de cada uno y repetirlos al revés. Lo hizo tan rápido que no me dio tiempo para anotarlos.

Decidí prescindir del resto y rellenar los datos más significativos de su vida social y familiar.
Al compararlos con el expediente social que ya tenia en mi poder, no sólo lo calcó sino que aportó detalles que no constaban pero que reafirmaban su discurso. Terminé mis anotaciones con un normal, normal, en casi todas las casillas, le di las gracias y le acompañé a la puerta. Antes de traspasar el umbral, se giró hacia mí y preguntó:

.-¿Cuándo me van a dar el uniforme? –

-¿Qué uniforme..? Aquí todos vamos de calle, normal…- respondí

-¡Cómo que de calle¡. ¿Es que la guardia civil ya no viste uniforme verde y tricornio negro?-
Joan Font -FONI-

SEMBRANDO SABIDURIA

007En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

-Que tal anciano? La paz sea contigo.
– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-Qué siembras aquí, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…

EL CABALLO EN EL POZO

retrato-caballoUn campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí. El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate. Tomó entonces la difícil decisión de decirle al capataz que sacrificase el animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.

Y así se hizo. Comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma de cubrir al caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente consiguió salir.

Si estás «allá abajo», sintiéndote poco valorado, y otros lanzan tierra sobre ti, recuerda el caballo de esta historia. Sacude la tierra y sube sobre ella.