La muerte de un anciano, yayo u opá,
es más que la pérdida de esa persona;
la familia pierde un depositario de sabiduría,
cultura e información que necesita.
La riqueza de un pueblo disminuye
cuando un anciano muere;
no se puede reemplazar la historia,
la sociedad pierde piezas de su herencia.
Ellos son la biografía, de la tradición su parábola,
los almacenes vivos de quienes somos;
pongamos nuestro dinero
en donde se encuentra nuestra riqueza.
El número de nuestra mayor riqueza
se dibuja en la cuantía de ancianos con vida.