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PREJUBILADOS: EL COLECTIVO FANTASMA.

No son empleados de ninguna compañía pero cobran un sueldo de su empresa todos los meses. Han cotizado durante años y ahora están retirados, pero no tienen acceso a ninguna de las ayudas que les corresponden a los jubilados. Son más de medio millón de personas que, pese a lo numeroso de su colectivo, no tienen estatus jurídico ni apenas consideración dentro de la Administración Pública.

prejubilado_01La prejubilación constituye un estado transitorio entre la vida activa y la jubilación, una situación a la que se llega cuando una empresa quiere reducir o rejuvenecer a su plantilla y que no está regularizada por ninguna ley. Entonces, los responsables proponen al empleado dejar de trabajar, pero continuar cobrando su sueldo o parte del mismo hasta que alcance la edad de jubilación.

A priori, todo parecen ventajas. Sin embargo, “los prejubilados no tenemos un reconocimiento jurídico, no existimos, lo que nos impide estar en los organismos donde se debaten los asuntos que nos afectan”. Así explica Eugenio Pascual, presidente de Jubiqué (Asociación Independiente de Prejubilados y Jubilados del Sector Financiero), uno de los principales problemas que afectan a un colectivo que “oficialmente, no existe”. Se trata, paradójicamente, de un sector muy numeroso –aunque tampoco hay cifras contrastadas– que, según los expertos de las distintas asociaciones, podría abarcar entre medio millón y un millón de personas.

En términos laborales, “la situación de estos ex-trabajadores es la de parados en busca de empleo, pero con la certeza absoluta (por su parte y por parte de la Seguridad Social) de que esa es una solución inviable”, tal y como explica la secretaria general de la Unión Democrática de Pensionistas y Prejubilados (UDP), Margarita García Durá. Debido a esta situación, este sector carece de todas aquellas ventajas sociales que les corresponden a los jubilados.

Existen otros inconvenientes, como recuerda José Tena, miembro de Ajubanesto (Asociación de Jubilados, Prejubilados, Pensionistas, Empleados y Ex-empleados de Banesto), quien asegura que “la prejubilación es un mal negocio, ya que conlleva un efecto económicamente negativo”. Esto se debe a que el empleado recibe un “sueldo” que no se actualiza según las subidas del IPC y, por otra parte, suele jubilarse anticipadamente con las penalizaciones propias de esta opción.

¿Voluntario u obligatorio?
Esto no sería un problema si realmente cada persona pudiese elegir libremente si acogerse o no a la prejubilación y valorar si esta situación le compensa. Sin embargo, Eugenio Pascual insiste en que las prejubilaciones son casi siempre obligatorias, en unos casos porque se realizan a través de Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) y, en otros, porque la empresa que decide modificar su plantilla quiere hacerlo a toda costa y tiene múltiples medios de presión.

En teoría, si no hay un ERE de por medio, el empleado se prejubila voluntariamente y así se hace constar en el documento que debe firmar antes de abandonar su puesto. Pero, en la práctica, muchas personas no quieren dejar de trabajar. Entonces, surgen métodos de presión como los cambios de horario, de puesto de trabajo o los traslados. Se trata de una peculiar forma de mobbing, ante la que los mayores poco pueden hacer a causa de la falta de legislación a este respecto. Tena asegura que “se debería considerar que todas estas personas han sido forzadas en su decisión y habría que empezar a hablar del término involuntariedad de la prejubilación”, mientras que Margarita García aclara que esta figura “constituye un despido encubierto y la alternativa suele ser el despido puro y duro”.

Precisamente, una de las principales reivindicaciones de Jubiqué consiste en que se reconozca que todas las prejubilaciones resultan obligatorias y por tanto, se reduzcan o desaparezcan las penalizaciones que afectan a las pensiones de estas personas.

¿Por qué las empresas prejubilan a sus empleados?
Margarita García recuerda el origen de las prejubilaciones: “durante un tiempo, ha sido la reconversión industrial empujada por el enorme avance de las nuevas tecnologías las que han laminado millones de puestos de trabajo”, aunque matiza que, actualmente, este procedimiento “puede ser una forma de recortar plantillas o de reconvertirlas por personal más joven y con salarios más flexibles”.

Se trata de un método que, según muchos afectados, utilizan las compañías para obtener un beneficio económico, ya que les sale más rentable que recurrir al despido o mantener a estas personas en las empresas. Mariano Chicharro, presidente de la Asociación de Prejubilados de Telefónica (APT), recuerda que “las prejubilaciones masivas las hacen empresas que, sin atravesar dificultades económicas, realizan grandes regulaciones de plantillas con el fin de aumentar los beneficios a base de reducir costes salariales”. El presidente de Jubiqué agrega que estas reestructuraciones de personal tampoco se deben exclusivamente a la intención de incorporar trabajadores jóvenes a las empresas: “No todos los empleados mayores son sustituidos por gente joven, lo cual tendría cierto sentido, pero la proporción entre prejubilados y nuevos trabajadores resulta ridícula”.
¿Qué ocurre entonces con los puestos que quedan vacantes? Tanto Chicharro como Pascual apuntan a la externalización y las subcontratas, lo que resulta más barato, pero va habitualmente en detrimento de la calidad de los servicios.

Los prejubilados suelen rondar los 50 años y a veces, incluso, no los han cumplido. Suelen tener, por tanto, una serie de derechos adquiridos (trienios salariales, beneficios sociales, etc.), que van en consonancia con el caudal de experiencia y conocimientos que poseen. Pero para sus empresas no son rentables, al menos no en lo que respecta al ámbito estrictamente económico.

Chicharro considera que “la prejubilación en trabajos intelectuales, desde el punto de vista ético, no puede ser positiva. Un país no puede ni debe permitirse el lujo de despreciar e inutilizar la experiencia y el talento de un gran número de personas que han alcanzado su madurez profesional”.

El papel de la Administración Pública
Hasta hace poco, los prejubilados no tenían derecho a la jubilación anticipada. La reciente reforma de la Seguridad Social permitió anular dicha restricción, por lo que muchas de estas personas comenzaron a solicitar la tramitación de sus pensiones a partir del pasado uno de enero. Sin embargo, sus peticiones no se tramitaron porque, según reconoció la Administración, “el contrato individual de prejubilación no está delimitado por ley”. Esto significa que, una vez más, la alegalidad de esta situación provoca consecuencias negativas. Por ello, José Tena subraya que los poderes públicos deberían, fundamentalmente, propiciar “la regulación jurídica y ejercer control para evitar la discriminación y el abuso”. Margarita García añade la necesidad de “intentar paliar el trauma que supone perder un trabajo sin posibilidades de encontrar otro y a una edad en que el futuro se presenta todavía incierto y, en todo caso, no aplicar las penalizaciones, total-mente injustas, ya que no está en la mano del trabajador elegir y con el agravante de que tiene una vigencia de por vida”.

Respecto a todas estas cuestiones, Eugenio Pascual subraya la importancia de reconocer legalmente la involuntariedad de la prejubilación y permitir a este colectivo participar en los organismos cuyas decisiones puedan afectar a este colectivo. Para lograr todas estas reivindicaciones, Pascual insiste en la necesidad de asociarse y trabajar en conjunto: “Si nos organizamos, tenemos mucho ganar” y subraya que el lema de Jubiqué defiende que el asociacionismo es necesario “para defender lo que tienes y conseguir lo que no tienes”.

Chicharro concluye que la prejubilación “supone una brusca interrupción de la actividad cotidiana, cuando la persona dispone aún de todo su potencial”, por lo que “es muy importante realizar actividades que llenen el tiempo y satisfagan el gusto de cada cual para acostarse cada día con la ilusión de la actividad que se va a realizar al día siguiente”.

Cuestión de bolsillo
Un trabajador que dejase su actividad en 1998 con 50 años cobrando 200.000 pesetas mensuales (1.200 euros actuales) debería ganar, a día de hoy, 456 euros más, es decir, 1.656 euros mensuales y cotizar por ello para recibir una pensión más alta. Además, como tiene que jubilarse anticipadamente, podría perder hasta el 40 por ciento de la pensión que le corresponda. Esto significa que si su pensión ascendía a 1.000 euros, se quedará tan sólo en 600.

¿Dónde acudir?
Jubiqué – Asociación Independiente de Prejubilados y Jubilados del Sector Financiero: organización de carácter reivindicativo, independiente de cualquier empresa, sindicato o partido. www.jubique.es TEL.: 91 532 36 73.

UDP- Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados: asociación de mayores activos creada en 1977, con vocación de ayudar a este colectivo a resolver sus problemas y a luchar por sus intereses. www.mayoresudp.es – TEL.: 91 542 02 67.

Ajubanesto- Asociación de Jubilados y Prejubilados, Pensionistas Empleados y Ex-empleados del Banesto. Presta servicios a sus miembros, procurando su bienestar social y económico y defendiendo sus intereses y derechos.
www.ajubanesto.org – TEL.: 91 523 87 71.

APT- Asociación de Prejubilados de Telefónica: institución de carácter general y sin ánimo de lucro, a la que libremente pueden pertenecer sus asociados, en términos de igualdad. La APT se declara explícitamente desvinculada de partidos políticos, sindicatos y cualquier otra asociación.
www.apt.es – TEL.: 91 56 74 01.

Manifiesto contra la jubilación obligatoria
Hace unas semanas, se dio a conocer un manifiesto contra la jubilación obligatoria en el sector público, una situación que fuerza a los funcionarios de distintos sectores a dejar su trabajo cuando aún tienen capacidad y ganas para seguir desempeñando su labor. Esta situación resulta especialmente penosa en el ámbito docente del cual procede este documento. Sus impulsores han sido los catedráticos Juan Díez Nicolás, de la Universidad Complutense de Madrid, y Rocío Fernandez-Ballesteros, de la Universidad Autónoma. Esta última explica que “el manifiesto ha sido largamente gestado” y que responde a una idea que va en consonancia con el trabajo que desempeña, en el que destaca su colaboración con la ONU en el desarrollo del II Plan Internacional sobre Envejecimiento. Según explica, esta labor “me ha llevado al convencimiento de que, mientras se dictan políticas para el envejecimiento activo, existen en la sociedad barreras que lo impiden, como la jubilación obligatoria. Además, resulta incomprensible que a un individuo que alcanza su máximo nivel de competencia, se le obligue a dejar su trabajo”. El profesor Díez Nicolás, cuyas investigaciones le han acercado a esta realidad, considera que “la jubilación es un derecho que algunos han convertido en una obligación” y que “el individuo debe tener la libertad de decidir jubilarse antes de esa edad obligatoria”, aunque acepta “que a partir de cierta edad se establezcan controles para establecer la idoneidad física y mental del individuo”. Díez Nicolás explica que “estimamos que había que tomar la iniciativa y emprender esta batalla de justicia social”.
El manifiesto ha sido suscrito por muchos de los profesionales más brillantes de nuestro país, como la investigadora Margarita Salas, el embajador Carlos Fernández-Arias, el economista Giménez de la Cuadra y muchos catedráticos universitarios, como el sociólogo Emilio Lamo de Espinosa, quien asegura que “es una iniciativa imprescindible, porque estamos entrando en sociedades envejecidas. El porcentaje de población mayor de 65 años no hará sino crecer y resulta aconsejable postponer todo lo posible la edad de jubilación”. Además, resalta “la mejora en la salud de los mayores de 60 e incluso de 70 años, por lo que la jubilación debe ser un derecho más que un deber” y aclara que “pensar que los mayores le quitan empleo a los jóvenes es una estupidez. Todos necesitamos empleo y no es cosa de que andemos luchando unos contra otros (mayores, jóvenes, emigrantes) por el existente.”

http://www.jubilo.es

LOS PREJUBILADOS

Los puedes ver a media mañana en los parques, en los centros comerciales, en los prejbares, en las paradas de autobuses, en los supermercados o en las escaleras mecánicas. Se han multiplicado en la última década, siendo fácilmente reconocibles por su aspecto desorientado. Bajo el brazo los diarios gratuitos, y dentro la barra de pan, que cómo ha subido desde que nos quitaron la peseta, ay. Matan la mañana hablando con el conserje de lo ladrón que es el administrador de la comunidad. Algunos de ellos se ocultan avergonzados, saliendo de casa a primera hora y no regresando de la otra punta de la ciudad hasta el anochecer, pensando en la familia. Son los prejubilados.

Se pusieron de moda hace unos años como los grandes privilegiados de esta sociedad. Qué suerte tienes, poder cobrar sin currar, el sueño de todo español. Pero los trileros de su empresa camuflaron la letra para que Ramírez firmase con todos los honores, una palmadita en la espalda y un farias en el bolsillo. Y Ramírez se marchó a casa hecho un hombre y convencido de que le había metido un gol a su empresa que ni Messi. Poco más tarde se dio cuenta de que el goleado era él, pero cómo iba a admitir ante sus compañeros que ahora cobraba entre un 30 y un 40% menos que antes de la firmita con la Parker que le regalaron por su despedida. Hoy son ya más de 750.000 Ramírez los que están deambulando por las calles de tu ciudad, sin rumbo y en el lodo, como cantaban Los Panchos.

La banca y Telefónica son los dos grandes viveros de prejubilados en nuestro país. Muchísimos de ellos se han divorciado, y los peor parados dijeron adiós, mundo cruel, sin merecer ni diez segundos televisivos. En cuanto superan los cincuenta años les invitan amablemente a coger la puerta, y si se resisten la empresa juega a la oca con sus puestos de trabajo, para acabar junto al becario que sólo piensa en ver páginas porno pues en casa no tiene Internet. Tras prejubilarse dejan de existir para los sindicatos, los mismos que han pactado con la empresa este timo de la estampita neoliberal, simplemente porque ya no pueden votar.

Antes, los trabajadores se jubilaban tras cuarenta años en la misma empresa, dónde estará mi carro, y en su mesa nunca faltaba una foto con el cónyuge y los niños pero sin la suegra, milagros del Photoshop. En cambio ahora te puedes encontrar conque el segurata que ayer te saludaba, hoy no te deja acercarte a tu mesa mientras te entrega una caja de cartón con tu patrimonio laboral. Esto es el fabuloso mercado de trabajo del siglo XXI, pasen y vean. Bienvenidos a un mundo donde los trabajadores deambulan de subcontrata en subcontrata hasta los cincuenta y pocos años. A partir de esa edad en cualquier momento un jovenzano con dos carreras, tres másteres y cuatro enchufes, los descabellará aséptica e indoloramente. Como dirían algunos taurinos, el toro no sufre.

Todo esto sucede con el apoyo soterrado pero incondicional del Estado al que algunos humoristas llaman del bienestar. Las reformas laborales bendecidas por los gobiernos socialistas y populares nos han llevado a esta situación, que ha alcanzado su mayor cota de surrealismo con la Ley de Dependencia. Pazatero se ha hartado de sacar pecho con su voz engolada tras haberla aprobado. Pero lo que se calla es que el Estado no tiene fondos para esta ley. O sea, otro brindis al sol. Y como carecen de recursos para ponerla en práctica, no se les ha ocurrido mejor idea que incentivar fiscalmente la hipoteca inversa. Toma ya. Así los herederos de la vivienda recibirán una cifra mucho menor, pues el banco ya le habrá levantado gran parte de la viruta al mismo Ramírez que prejubiló veinte años atrás. Viva el progreso y el Estado Social.

Escrito por: Fernando Solera

PREJUBILADOS EN ACCIÓN

Tiene una carrera profesional consolidada, ha trabajado durante años en su empresa y 2009su puesto aparentemente no peligra, pero un día, sin previo aviso, le ofrecen amablemente dejar su empleo. Está a punto de engrosar el colectivo en el que ya resulta mayor para seguir con su empleo y demasiado joven para dejarlo: los prejubilados. Todavía pueden aportar mucho a la sociedad y cada vez son más conscientes de ello. El asociacionismo y el voluntariado de los mayores de 50 años se extienden entre quienes buscan un nuevo hueco en la sociedad. Y con las restructuraciones empresariales propiciadas por la crisis económica, cada vez son más las personas que se encuentran en esta situación.
Existen cientos de formas de afrontar la prejubilación. Tantas como prejubilados. Pero hay varios patrones comunes, según varios estudios. La primera reacción suele ser una sensación de inutilidad. El empleado se pregunta por qué le dejan de lado, se cree un estorbo y, ya sea por estas impresiones o por coacciones de la empresa más o menos sutiles, acaba casi siempre aceptando la prejubilación. «La voluntariedad es una falacia. Te atienes a ello porque sabes que es la mejor forma de irte», asegura Manuel Doblado, presidente de la Asociación Independiente de Prejubilados y Jubilados del Sector Financiero (Jubiqué).
Una vez que el empleado ha abandonado su trabajo puede sentir incluso cierta euforia; no tiene obligaciones ni engorros laborales, está en unas vacaciones permanentes. Pero esos dos términos no casan, si son infinitas dejan de ser vacaciones y al cabo del tiempo, semanas, meses o años, se da cuenta de que tiene que hacer algo para llenar el resto de su vida. El éxito de su prejubilación radicará en cómo consiga hacerlo. Podrá convertirla en una etapa positiva, más aún, productiva, o de desdicha, que en ocasiones termina incluso con el suicidio. Carlos Alcober, profesor de Psicología Social de la Universidad Rey Juan Carlos asegura que la mayor dificultad para el prejubilado es responder todas las mañanas a una pregunta: «¿Qué hago hoy?».
Roberto Peraza contestaba esta cuestión en los primeros días de su prejubilación gracias a su nieta. La llevaba cada mañana al colegio y llenaba el resto de la jornada entre paseos y naturaleza. Pero después de apenas un mes se dio cuenta de que podía hacer algo más y decidió unirse a Cáritas en Tenerife, donde llegó a ser director de la organización. En un artículo en un periódico local escribía: «Cuando a veces oigo la expresión ‘aquí, matando el tiempo’, para expresar realmente que no tenemos nada que hacer, se me revuelve el estómago pues entiendo que el tiempo no hay que matarlo, perderlo o verlo pasar. En mi opinión, el tiempo es para vivirlo».
Como él, cada día más personas responden a la pregunta de qué hacer hoy mediante las organizaciones no gubernamentales (ONG). Los responsables de las principales plataformas que las agrupan coinciden en señalar el auge de los mayores de 50 años entre sus afiliados más activos. La Plataforma del Voluntariado hizo un estudio de cuál era el perfil de las personas que colaboran en este ámbito. Aunque de momento el volumen de quienes superan los 56 años es sólo de un 10%, su gerente, Lucía Tierra, asegura que la tendencia es al alza. Este perfil, dice, suele ocupar huecos donde los jóvenes no participan tanto, como el cuidado a mayores. «Es frecuente que se dediquen a formas de voluntariado más tradicionales, pero que son igualmente necesarias», añade.
El catedrático de sociología de la Universidad de Sevilla Eduardo Bericat coincide en señalar la nueva tendencia de la participación social de las personas maduras: «Son empleados expulsados de los mercados de trabajo cuando aún tienen expectativas de vivir 25 años más, y algunos de ellos están muy cualificados». Amparo Valcarce, secretaria de Estado de Acción Social se suma a ellos y recalca que la imagen de los jóvenes en las ONG es la más extendida, pero no es ni mucho menos la única que la sociedad debe ver.
Para Luis Martín, prejubilado de Alcatel, hay dos opciones: «O te dedicas a dar paseítos o te metes en alguna asociación y haces una vida activa». Él eligió lo segundo y hoy es presidente de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados (UPD). Recomiendan a todos en su situación que sigan un camino parecido al suyo. Es lo que hizo hace diez años Javier del Pozo, un prejubilado de Telefónica que se dio pronto cuenta de que no podía permanecer en casa todos los días. Se metió en la Fundación Vicente Ferrer e hizo de todo. «Desde controlar algunas cuentas hasta llevar papeles al Ayuntamiento. Entre eso y unas clases de Historia del Arte, tenía todo el día ocupado», explica.
Con el mismo espíritu, desde hace nueve años la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (Ceoma) promueve el voluntariado en el proyecto Madurez Vital. Su responsable, el sociólogo José de las Heras, recomienda mucha reflexión a quien se le plantea la posibilidad de la prejubilación: «Hay que tener en cuenta que el retiro será para el resto de la vida, no conviene precipitarse. Tu teléfono no va a volver a sonar. Salvo casos muy excepcionales, es una tontería eso de que cada jubilado es una biblioteca que se quema. Detrás llega gente con otras formas de trabajar que te sustituye». Una vez dado el paso, «lo importante es que no cambiemos el trabajo diario por una aparente comodidad, porque más tarde o más temprano llegará la necesidad de hacer algo». Por eso piensa que el retirado debe ser activo, tiene que poner en marcha proyectos y unirse a colectivos que le interesen. «De lo contrario nos van arrinconando de muy buenas maneras. Nos dicen que somos muy importantes y nos dan viajes baratos. Pero no se trata de eso, hay que luchar por una madurez activa», reivindica De las Heras.
En el programa orientan la actividad en función de las características de cada persona. Lo primero es tener las necesidades económicas cubiertas, «de lo contrario va a ser difícil que se quiera volcar en otros proyectos», matiza de las Heras. Si es así, las actividades varían en función de la salud o el entorno en el que viva la persona retirada. Es muy distinto lo que se puede hacer en una gran ciudad o en el campo. Sea como fuere, Heras recomienda tomar como referencia el título de un libro en el que está trabajando: La empresa de envejecer. «Esto es lo importante, que la actividad que hagamos sea como una empresa en actividad creciente, con un papel que se cotice», concluye.
El espacio de las ONG de acción social es uno de los que cuentan con mayor presencia de jubilados y prejubilados. El presidente de la plataforma que las agrupa, Juan Lara, está retirado. Explica que Cáritas o Cruz Roja se nutren en buena parte de personas como él, que cuentan con el suficiente tiempo para labores como repartir raciones en un comedor social. Pero también se van incorporando a otras ONG con un perfil más juvenil, como confirma José Manuel Areces, portavoz de Microvoluntarios. Esta organización conecta a través de Internet a otras ONG con personas que quieren ayudarles.
Otra manera de mantener la actividad es la de las asociaciones de prejubilados. Las hay tanto de sectores donde la fórmula de la prejubilación es frecuente, como la banca, como de empresas concretas que suelen usar esta fórmula. Telefónica es uno de los ejemplos más claros. Su propuesta de prejubilaciones baja hasta los 48 años. «Se puede dar la circunstancia de retirarte con menos tiempo trabajado del que te quedaría si te jubilases a los 65», reflexiona el presidente UPD. El responsable de la Asociación de Prejubilados de Telefónica (APT), Mariano Chicharro, matiza que son muy pocos los que se acogen al retiro anticipado a los 48. En su organización sólo hay dos afiliados de esta edad.
Para ellos y sus otros 1.200 socios, la APT organiza actividades culturales y sociales. Pero la asociación -que forma parte de una confederación estatal de prejubilados de Telefónica con más de 10.000 miembros- nació sobre todo con el objetivo de asesorar a los prejubilados de la empresa. Es fruto del limbo en el que entran las personas en esta situación. La compañía suele seguir pagando un convenio con la Seguridad Social hasta la edad de prejubilación, pero a partir de ahí, con 61 años, lo más normal es que el trabajador pase a ser oficialmente jubilado, por lo que se le aplica un coeficiente reductor del 7% cada año hasta los 65. De esta forma, su pensión final se queda en un 30% menos de lo que podría haber sido. Como todo esto no está regulado oficialmente, las condiciones dependen de los acuerdos de cada empresa con los trabajadores.
Y, más allá de los problemas económicos, la indefinición es uno de los grandes obstáculos a los que se tiene que enfrentar el prejubilado. «Unos te consideran un privilegiado y otros un parásito, cuando no somos ninguna de las dos cosas», explica el presidente de Jubiqué. El psicólogo Carlos Alcober, tras cientos de entrevistas con personas en esta situación, corrobora el impacto que puede tener esta desubicación. «Es una etapa que se caracteriza por la ruptura y la ambigüedad. Porque no está socialmente definida. Son demasiado jóvenes para el papel de jubilado y demasiado viejos para ser trabajadores rentables. No están en activo ni son desempleados. No están discapacitados, pero no es fácil aceptar un nuevo trabajo a esas edades», asegura.
Algunos tratan de afrontar este problema desapareciendo. Quieren hacerse invisibles para no sentirse perdidos. «Salen de su casa a la misma hora a la que se iban al trabajo para no estorbar», dice Alcober, que hace hincapié en la necesidad de organizar el tiempo y llenarlo con actividades útiles para la sociedad. Algunas de las claves se pueden encontrar en un libro que publicó en noviembre junto a Antonio Crego, Vidas reinterpretadas (Editorial Dykinson). El título de la obra ya dice mucho; habla de personas que tienen que dar un giro radical a una edad muy temprana. El éxito en esta tarea depende de varios factores. La voluntariedad de su retiro es uno de los principales. Como dicen casi todos los consultados, el afectado se ve muchas veces forzado a dejar el trabajo. Cuanto más sea así, más difícil suele resultar adaptarse. El papel del trabajo en la vida de la persona también es fundamental. «Si es muy central, las consecuencias para la autoestima suelen ser peores», explica Alcober. Algo parecido piensa Pablo Navarro, secretario de la Unión Estatal de Pensionistas, Jubilados y Prejubilados de UGT: «No es lo mismo para una persona que trabajaba en una mina, que siente el retiro como una liberación, que para alguien con responsabilidad, que tenía gente a su cargo y pasa de mandar mucho a estar en la calle».
Son asimismo determinantes las relaciones sociales y familiares: el apoyo de los más cercanos y hasta qué punto la persona hacía actividades de ocio con gente de fuera del trabajo. Por último, volvemos al factor clave: el nivel de actividad. «Si previamente no ha desarrollado otros intereses va a ser más difícil organizar su vida. Y si no los tenía, debe de buscarlos, potenciar aquellas cosas que le gustaban, tomárselas más en serio y organizarse», asegura Alcober.
Son conclusiones parecidas a las que sacó Sandalio Gómez, profesor de la escuela de negocios IESE. Hizo un estudio en 2003 que ha ido actualizando durante estos años con entrevistas a más prejubilados. Quiso comprobar las diferencias entre alguien que acababa de retirarse con otros que ya llevaban un tiempo y vio cómo existe un gran salto entre las percepciones cuando pasan aproximadamente dos años tras dejar el trabajo. «Es entonces cuando se hacen plenamente conscientes». Pero también ha estudiado qué es lo que pasa antes, en empresas donde las prejubilaciones están muy asimiladas. Y no es positivo: «Al llegar a cierta edad saben que pronto les van a invitar a irse, se dejan de identificar con el proyecto porque son conscientes de que les toca marcharse y su mayor problema pasa a ser qué harán con su vida». Pero no sólo afecta a los mayores, la gente joven se da cuenta de cómo funciona la compañía y no se implica tanto con ella, según Gómez. También tiene esto su lado positivo. Los trabajadores saben qué les espera y el impacto no es tan grande. Todo es cuestión de mentalidad. Incluso si se recibe la noticia de golpe y porrazo.
Muchos de los consultados para este reportaje, que son o fueron prejubilados, confiesan estar en la mejor etapa de sus vidas. Uno de ellos es Antonio Zurdo, responsable del área de prejubilados del sector de servicios financieros de CC OO: «Si alguien sale tocado del retiro, que venga con nosotros, que en un par de salidas se le quita». Desde hace siete años organiza decenas de actividades, cursos, conferencias, viajes y comidas para los 1.500 afiliados que tiene en Madrid. En principio, estas actividades surgieron como una forma de fidelizar a los afiliados al sindicato después de retirarse. Pero pronto se transformó en un motor de tiempo de ocio que le sirven tanto a él como a los socios para ocupar buena parte del tiempo libre que tienen. Aunque de momento sólo lo hacen en Madrid, ya han mantenido contactos para expandir este modelo a otras federaciones de CC OO. Zurdo lo tiene claro: «Si te rodeas de gente positiva y compruebas el horizonte de posibilidades que se te abre cuando dejas de trabajar, lo último que tienes que hacer en la vida es deprimirte».

PABLO LINDE