VOCACION FRUSTRADA Relato

A Esculapio Galeno le hubiera gustado ser médico, pero la vida lo llevó por los senderos de la albañilería y su vocación se quedó en un resfriado pasajero.

Ahora, ya jubilado y aquejado de silicosis, ingresó en la Residencia propulsado por sus hijos que querían lo mejor para él.

Era un hombre de ademanes pausados, de verbo complicado y de tos continua. También llevaba una gorra que sólo se quitaba los jueves.

De las rebachaduras de su inclinación le quedó un interés reiterado en verificar que todos sus compañeros engulleran adecuadamente las dosis de medicación que les habían sido prescritas para el desayuno.

Así que transitaba entre las mesas y ayudaba en más de una ocasión el deglutir terapéutico de los más reticentes. Luego, en actitud ejemplarizante, ingería su dosis como quien va a comulgar.

Solicitó poder usar una chaquetilla blanca, similar a la de los profesionales, demanda que le fue negada y sólo tolerada un ratito los domingos después de las visitas. La usaba con dignidad y en el breve tiempo en que le estaba permitido, se transformaba como cuando a un cristo desnudo se le calza un pañal.

Pero un día y después de una inspección inesperada, se le comunicó la prohibición tajante de que en lo sucesivo pudiera vestir ni un minuto más tal atuendo.

Esculapio recibió la orden como un descabello y a partir de aquel momento inició un descenso notable en su salud, estado de ánimo y conducta colaboradora. Se negó a ingerir ningún alimento y se incrustó en un silloncito de cretona con la mirada perdida y la gorra calada hasta los ojos. Hasta tal punto llegó su quebranto que supuso una grave preocupación y temor para todos nosotros.

Sólo había pasado cinco días desde la prohibición cuando una mañana Esculapio no bajó a desayunar. Cuando fueron a rescatarle le encontraron tendido en la cama, con la chaqueta blanca puesta, la gorra en el suelo y una última sonrisa de satisfacción entre las mil arrugas de su rostro que empezaba ha enjalbegarse.
Joan Font . FONI.

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