TESTIMONIO DE UNA VEJEZ PLENA

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Testimonio de una vejez plena Orfelina aprendiendo porcelana fría

Nacio antes de que se realizara el primer trasplante de órganos. Tuvo una infancia sin televisión, y jugaba con las muñecas de trapo y los carritos de rulemanes, en vez de con las Barbies y los autitos a control remoto. En su juventud vio surgir los primeros videocasetes y escuchaban a Elvis Presley. Ya era adulta cuando el hombre pisó la Luna y Mirtha Legrand empezaba a almorzar con las estrellas. Hoy, ya entrada en la tercera edad, ha aprendido a convivir con nuevas innovaciones como Internet y los teléfonos celulares, y no pierden la capacidad de seguir sorprendiéndose.

Sus cuerpos arrugados delatan el paso del tiempo y su memoria se torna cada vez más borrosa, pero ellos lo toman con naturalidad. Han llegado a una etapa en la que disponen de mucho tiempo libre y están dispuestos a aprovecharlo. Cuando se habla de una cuarta edad, ellos son personas que rondan los 80 años, que se esfuerzan por cambiarle la connotación negativa a la palabra viejo, y demostrar que se puede tener una ancianidad plena y feliz.

«Vivimos en una cultura que nos está mandando mensajes desde los medios de comunicación, el ámbito laboral, las publicidades e incluso la propia escuela, de que los viejos son inútiles y lentos; en una sociedad que hace culto de la rapidez, el movimiento y la dinámica», sostiene Liliana Gastrón, directora del Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional de Luján.

Independientemente de su condición social, o de cuán gastadas estén las suelas de sus zapatos, cada persona encierra un recorrido vital fascinante. En el caso de los adultos mayores, la acumulación de años ayuda a generar un baúl de experiencias invalorables, que pueden ser aprovechadas por toda la sociedad.

En el caso de Orfelina Sandoval, sus 83 años de idas y venidas, de subidas y bajadas, sólo contribuyeron a estimular su espíritu intrépido. Da clases de telar mapuche, participa de numerosos cursos, se ocupa de mantener y refaccionar su casa, y hasta sale a caminar para no perder el ritmo.

A pesar de tener dos fechas de cumpleaños, se da el lujo de no festejar ninguno, porque para ella «el tiempo no pasa». Nació el 10 de abril de 1926 en Comayo, provincia de Río Negro, pero su papá la anotó recién el 20 de julio. Hace 16 que vive en el barrio Eva Perón, en Bariloche, y las horas del día no le alcanzan para cumplir con todas sus actividades. «Me levanto a las 6 para que el día me rinda. Tejo un rato en casa y después voy a participar de las actividades de la Fundación Gente Nueva», cuenta esta mujer vivaz, de sonrisa franca y espalda encorvada. Allí, desde hace años, enseña telar mapuche y participa como aprendiz de los talleres de telar tapiz, telar de mesa, bastidores varios y porcelana fría.

A pesar de su edad, no abandona su coquetería y sus ganas de verse bien. «Adonde voy me dicen que soy muy pituca porque me gusta arreglarme bien, ponerme polleras, y pintarme los labios y las uñas», cuenta con tono pícaro y la sensación de que todavía tiene mucho camino por recorrer.

Como nunca había tenido la oportunidad de ir a la escuela no se quedó con las ganas, y decidió empezar a estudiar de grande. «Como no sabía sacar las cuentas me embrollaban. Como tampoco sabía firmar, me daba vergüenza», dice esta madre, abuela y bisabuela. Para poder cumplir con su sueño de terminar la primaria caminó 5 kilómetros durante varios años a otro barrio cercano, donde estudiaba. Hoy siente que tiene más herramientas para desenvolverse en su vida cotidiana y eso le da satisfacción.

Está jubilada, y cobra 1000 pesos por mes, pero sostiene que se las arregla porque gasta poco y hace mucho. Vive sola y eso la obliga a ocuparse de su casa. Hace poco la forró con machimbre, puso los pisos y sacó los escombros. «Soy carpintera y lo único que me falta es ser albañil. Lo que no puedo es cargar peso, porque un día me puse a acarrear bloques y me lastimé la columna», dice.

Orfelina forma parte del colectivo de 3.587.620 personas de más de 65 años, según cifras del Censo 2001, que la sociedad se encapricha en llamar abuelitos y mirar de costado.

«Los viejos son la única población que proporcionalmente crece en las sociedades actuales, con una expectativa de vida que quieren llevar a los 120 años, y sin embargo existe una representación social deficitaria con respecto a la carga que significa una larga vejez. Durante más de la mitad de la vida humana vamos a ser viejos y la pregunta que surge es ¿cuál es el sentido de vivir más si no es en plenitud?», dice Julieta Oddone, magister en Gerontología de la Universidad de Córdoba, miembro del Conicet e investigadora de la Universidad de Buenos Aires.

Por Micaela Urdinez

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