TERCERA EDAD Y DEPRESIÓN.

En primer lugar, deprimirse no forma parte del programa normal de todo envejecimiento. Pero debemos observar con atención  los cambios de hábitos de nuestros mayores, pues los falsos mitos enmascaran la depresión del anciano.

Es verdad que en la vejez a menudo hay que  hacer frente a la enfermedad crónica, a la idea de la muerte, a la pérdida de seres queridos y a distintos achaques que causan dolor, frustración o tristeza. Pero la depresión va mucho más allá de un estado de queja o de tristeza naturales. Para complicar más las cosas, abunda la idea de que los ancianos sufren demencia con facilidad y que su confusión, tristeza, trastornos del sueño o del apetito forman parte del paquete con que la naturaleza identifica  la ancianidad.

Peró los expertos urgen a discriminar las depresiones verdaderas de otros estados de abatimiento y a evitar que los ancianos empeoren. Demasiadas depresiones de la tercera edad pasan, por tanto, infra-diagnosticadas.

Los médicos recomiendan a todas las personas que conviven  con  mayores, prestar mucha atención a los cambios en la rutina con la que el anciano viste o se asea, cambios en sus relaciones sociales (si evitan contactos con otros familiares o amigos) y, más que estados de tristeza, recomiendan vigilar la imposibilidad del gozo ante un plato, una música, un chiste o un recuerdo, entre otros.

La incapacidad de reír es más preocupante que la facilidad con que se llora. Sensaciones verbalizadas de culpabilidad, vacío existencial, dolores abstractos, ideas suicidas, cansancio diurno exagerado y pérdida o ganancia de peso desacostumbrados apuntan igualmente a la posibilidad de una depresión.

También algunos tratamientos farmacológicos y el consumo de alcohol pueden ser aliados perfectos de una génesis depresiva, por lo que deben también ser tenidos en cuenta.

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