LOS PREJUBILADOS

Los puedes ver a media mañana en los parques, en los centros comerciales, en los prejbares, en las paradas de autobuses, en los supermercados o en las escaleras mecánicas. Se han multiplicado en la última década, siendo fácilmente reconocibles por su aspecto desorientado. Bajo el brazo los diarios gratuitos, y dentro la barra de pan, que cómo ha subido desde que nos quitaron la peseta, ay. Matan la mañana hablando con el conserje de lo ladrón que es el administrador de la comunidad. Algunos de ellos se ocultan avergonzados, saliendo de casa a primera hora y no regresando de la otra punta de la ciudad hasta el anochecer, pensando en la familia. Son los prejubilados.

Se pusieron de moda hace unos años como los grandes privilegiados de esta sociedad. Qué suerte tienes, poder cobrar sin currar, el sueño de todo español. Pero los trileros de su empresa camuflaron la letra para que Ramírez firmase con todos los honores, una palmadita en la espalda y un farias en el bolsillo. Y Ramírez se marchó a casa hecho un hombre y convencido de que le había metido un gol a su empresa que ni Messi. Poco más tarde se dio cuenta de que el goleado era él, pero cómo iba a admitir ante sus compañeros que ahora cobraba entre un 30 y un 40% menos que antes de la firmita con la Parker que le regalaron por su despedida. Hoy son ya más de 750.000 Ramírez los que están deambulando por las calles de tu ciudad, sin rumbo y en el lodo, como cantaban Los Panchos.

La banca y Telefónica son los dos grandes viveros de prejubilados en nuestro país. Muchísimos de ellos se han divorciado, y los peor parados dijeron adiós, mundo cruel, sin merecer ni diez segundos televisivos. En cuanto superan los cincuenta años les invitan amablemente a coger la puerta, y si se resisten la empresa juega a la oca con sus puestos de trabajo, para acabar junto al becario que sólo piensa en ver páginas porno pues en casa no tiene Internet. Tras prejubilarse dejan de existir para los sindicatos, los mismos que han pactado con la empresa este timo de la estampita neoliberal, simplemente porque ya no pueden votar.

Antes, los trabajadores se jubilaban tras cuarenta años en la misma empresa, dónde estará mi carro, y en su mesa nunca faltaba una foto con el cónyuge y los niños pero sin la suegra, milagros del Photoshop. En cambio ahora te puedes encontrar conque el segurata que ayer te saludaba, hoy no te deja acercarte a tu mesa mientras te entrega una caja de cartón con tu patrimonio laboral. Esto es el fabuloso mercado de trabajo del siglo XXI, pasen y vean. Bienvenidos a un mundo donde los trabajadores deambulan de subcontrata en subcontrata hasta los cincuenta y pocos años. A partir de esa edad en cualquier momento un jovenzano con dos carreras, tres másteres y cuatro enchufes, los descabellará aséptica e indoloramente. Como dirían algunos taurinos, el toro no sufre.

Todo esto sucede con el apoyo soterrado pero incondicional del Estado al que algunos humoristas llaman del bienestar. Las reformas laborales bendecidas por los gobiernos socialistas y populares nos han llevado a esta situación, que ha alcanzado su mayor cota de surrealismo con la Ley de Dependencia. Pazatero se ha hartado de sacar pecho con su voz engolada tras haberla aprobado. Pero lo que se calla es que el Estado no tiene fondos para esta ley. O sea, otro brindis al sol. Y como carecen de recursos para ponerla en práctica, no se les ha ocurrido mejor idea que incentivar fiscalmente la hipoteca inversa. Toma ya. Así los herederos de la vivienda recibirán una cifra mucho menor, pues el banco ya le habrá levantado gran parte de la viruta al mismo Ramírez que prejubiló veinte años atrás. Viva el progreso y el Estado Social.

Escrito por: Fernando Solera

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