CORTESIA ITALIANA


Pietro Ressino di Campo había nacido en Roma, pero desde su más tierna infancia recaló en Barcelona ya que su madre era catalana de toda la vida y sólo estuvo en la ciudad eterna el tiempo justo de parir y divorciase del “carabinieri” infiel que fue su primer y único marido.

Pietro, Pietrino para su abuela paterna, creció en un barrio de la Barceloneta, donde se casó a los treinta años, fue padre a los treinta y siete y envejeció a los setenta y dos.

A los setenta y tres, su único hijo Fernandino lo ingresó en la Residencia con el fin de que elaborara con dignidad una viudez reciente y dejara de molestar.

Trajo consigo una digna traducción de la Divina Comedia y unos discos de ópera de la que se vanagloriaba ser amante.

Una leve cojera a lo Lord Byron, nadie sabía porqué, aportaba a su andar una cierta elegancia renacentista.

De modales cinematográficos y gesto pausado, encandiló a la mayoría de las residentes, sobre todo a Candelaria que le seguía a todas partes, en prudente y recatada distancia. Él aparentaba no darse cuenta pero la buscaba con los ojos si ella se retrasaba.

Un día de primavera, cuando el sol mañanero acariciaba levemente sin encocorar demasiado, salió al jardín seguido de la inevitable Candelaria. Se detuvo frente a un macizo de rododendros rojos y azaleas. A unos tres pasos Candelaria le observaba con admiración sublime. Pietro cortó sin dificultad dos flores por el tallo y, con ellas en la mano, se giró hacia Candelaria ofreciéndoselas con prestancia no exenta de cariño.

Candelaria titubeó sólo un momento, se le acercó y las recibió con devoción. Se miraron unos segundos, frente a frente sin decirse nada.

Candelaria, sin dejar de mirarle, se las llevó a la boca y se las comió masticando con lentitud.

JOAN FONT «foni»

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