Archivo de la categoría: Estadísticas de la vejez y el envejecimiento

LAS VENTAJAS DE LA JUBILACIÓN.(I)

El ocio no se jubila.

Arte y escena a buen precio en España.
Obra ComediaSegún datos de la Agencia Catalana de Consumo, la asistencia a espectáculos de los jubilados y pensionistas es casi nula, un exiguo 1% acude con regularidad. La proporción mejora algo, aunque no mucho, en el caso del cine (sólo un 10% de los jubilados acude a las salas de proyección). En ambos casos, la razón es, ante todo, económica. Por norma general, este tipo de consumo queda relegado a los últimos lugares en el limitado presupuesto mensual del pensionista.

Ante este panorama, cines, teatros y museos también aportan su granito de arena para enriquecer las horas de ocio de los jubilados, y evitar que pasen horas sentados frente al televisor. Ir al cine es para los más mayores entre un 10% y un 52% más barato que para el resto aficionados al séptimo arte. Son muchas las empresas del sector que ofrecen entradas más baratas. El listado es amplio: cines ABC, Cinesa, Cines Albatros Babel, UGC Ciné Cité, etc.

Así, los mayores de 65 años pueden ver una película en alguna de las salas que la cadena Cinebox tiene repartidas por todo el país desde 3,90 euros. Algo menos, 3 euros, pagan los jubilados que acudan a los cines Golem. Yelmo Cineplex se adhiere a la iniciativa de la Comunidad de Madrid, por la cual, todos los martes no festivos el cine les cuesta un euro a los mayores de 60 años. En el resto de ciudades se aplica un 20% de descuento sobre el precio habitual de la entrada a los mayores de 65 años. La Comunidad de Madrid también posibilita que los mayores de 60 años puedan ir al teatro hasta el 29 de Mayo, todos los jueves por sólo 3 euros.

La mayoría de las cadenas de cine ofrecen descuentos de entre el 10% y el 52% a los mayores

En el caso de las artes escénicas, los mayores de 65 años también tienen descuentos, entre otros, en el Teatro Arriaga de Bilbao y en el Teatro Nacional de Cataluña, un 25% en ambos casos, o en el Teatro Principal de Ourense , el Centro Dramático Nacional (que incluye el Teatro María Guerrero y el Teatro Valle Inclán), un 50%. El Liceu de Barcelona ofrece esta temporada un «paquete» de tres espectáculos con un 70% de descuento sobre la tarifa habitual.

Otra lúdica, y barata, alternativa para llenar los momentos de ocio es la visita a un museo. Entre los más de 1.300 museos que hay en España, son muchos a los que tienen acceso gratuito los jubilados y los mayores de 65 años, entre ellos podemos citar el Museo del Prado, el Museo Nacional Reina Sofía, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el Museo Arqueológico Nacional, el Museo Sorolla o el IVAM. Entre los que cobran entrada a sus visitantes más adultos están el Museo Thyssen-Bornemisza, (la visita cuesta entre 5 y 3,5 euros, con un descuento de entre el 30 y 45% sobre las tarifas normales, según la colección expuesta), el Museo Guggenheim, que ofrece un descuento del 40% a los jubilados, con lo que deben abonar por la entrada 7,50 euros, o el Teatro-Museo Dalí que cobra a pensionistas y jubilados 8 euros por contemplar las obras que alberga, lo que supone un descuento del 27% con respecto al precio de una entrada de adulto.

RELACIONES SEXUALES EN LA TERCERA EDAD

A pesar de los problemas sexuales, la mayoría continúa manteniendo relaciones
sexEl sexo no es sólo cuestión de jóvenes. Una investigación estadounidense demuestra que, aunque el paso de los años conlleva una reducción de la actividad sexual, la mayoría opta por seguir manteniendo relaciones pasados los 70.
Ésta es una de las principales conclusiones a las que llegó un grupo de expertos de la Universidad de Chicago tras estudiar los hábitos sexuales de 3.005 adultos (1.550 mujeres y 1.455 hombres), con edades comprendidas entre los 57 y los 85 años.
Tal y como señalan estos autores en «The New England Journal of Medicine» (NEJM), casi tres de cada cuatro (un 73%) adultos entre 57 y 64 años afirmaron ser activos sexualmente. Es decir, haber mantenido algún contacto sexual (sin necesidad de coito u orgasmo) durante los 12 meses anteriores a la entrevista.
Esta cifra se redujo hasta el 53% entre los participantes de 65 a 74 años y hasta un 26% entre los 75 y 85 años. Aunque este último grupo mostró una menor actividad sexual, la mitad de los que seguían manteniendo relaciones, en esta franja de edad, aseguró hacerlo con una frecuencia de dos o tres veces al mes.
Un 58% de los participantes más jóvenes (de 57 a 64 años) afirmó seguir realizando sexo oral, frente al 31% de los adultos con edades entre los 75 y lo 85 años. Al valorar la masturbación se encontró un patrón similar; mayor frecuencia en función de una menor edad.
Menor actividad sexual en las mujeres
En todas las edades analizadas las mujeres se mostraron menos activas sexualmente. Y presentaron una menor probabilidad de tener un compañero sexual o estar casadas (un 40% frente al 78% de los hombres, entre los 75 y 85 años).
Este último factor puede guardar relación, comentan los firmantes, con que los hombres suelen casarse con mujeres más jóvenes o que ellos suelen fallecer a edades más tempranas.
Además, ellas fueron más propensas a considerar que el sexo no es «importante del todo». Un 41% de las de mayor edad lo calificó de esta forma.
Problemas sexuales
La mitad de los participantes declaró sufrir algún tipo de problema sexual. Entre los hombres, los más comunes fueron la dificultad de llegar o mantener una erección (37%); la falta de interés en el sexo (28%), alcanzar el clímax muy pronto (28%) o no llegar a él (20%) y tener ansiedad durante el acto (27%).
En las mujeres, la falta de interés (43%), las dificultades para lubricar (39%), la imposibilidad de alcanzar el clímax (34%), no obtener placer (23%) y el dolor (17%) fueron los principales trastornos.
A pesar de la alta incidencia de estos trastornos, sólo un 38% de los varones y un 22% de las mujeres habían hablado de sexo con su médico en alguna ocasión desde los 50 años. En este sentido, los expertos, dirigidos por Stacy Tessler Lindau, recalcan que «los problemas sexuales pueden ser un signo de alerta o la consecuencia de enfermedades de base seria como la diabetes, una infección, problemas urogenitales o cáncer».
De hecho, las mujeres con diabetes fueron más propensas a no tener contactos sexuales. Y los hombres con este mismo trastorno presentaron más dificultades para lograr una erección.
Entre los participantes con pareja, que se mostraron sexualmente activos, la principal razón argumentada para no mantener relaciones fue la salud del hombre (un 40,3% en el caso de ellos y un 63,2% en el de ellas).
Los problemas sexuales más que ser meros achaques de la edad suelen ser consecuencia del mal estado físico del que los sufre. «Los adultos de mayor edad con problemas médicos o que estén considerando tomar un tratamiento que pueda afectar a su funcionamiento sexual deberían recibir consejo en función de su estado de salud en lugar de su edad», afirma el documento aparecido en ‘NEJM’.
Tratamientos para la disfunción
El uso de pastillas (con o sin receta), dirigidas a mejorar la función sexual, estuvo presente entre un 14% de los hombres y un 1% de las mujeres. A este respecto, el autor de un comentario, aparecido en la misma publicación, recomienda que cada pareja negocie si prefiere optar estas terapias o por no mantener más relaciones.
«Los profesionales médicos deberían animar a sus pacientes de mayor edad para que se sientan cómodos a la hora de hablar sobre sus problemas sexuales y de decidir cuál de las dos opciones les encaja mejor», subraya John H. J. Bancroft, de la Universidad de Indiana (Bloomington, EEUU).
Como posible limitación del estudio, además de que los resultados se basan solamente en las respuestas aportadas por los participantes, los investigadores reconocen que no se tuvieron en cuenta los problemas sexuales de aquellos que no mantenían relaciones. Es posible que estas personas suspendieran su actividad sexual por culpa de los trastornos que padecían.
«El conocimiento por parte de los especialistas de la sexualidad en las edades más avanzadas podría mejorar la educación y los consejos a los pacientes, así como la posibilidad de identificar clínicamente el espectro de problemas sexuales relacionados con la salud, que cuentan con una gran prevalencia y pueden ser tratados», concluye el estudio.

MARÍA SAINZ

LOS ANCIANOS, ¿UN PROBLEMA?

Uno de los argumentos que se utilizan con mayor frecuencia para cuestionar la graficoviabilidad de los estados del bienestar en Europa es el de la transición demográfica, según la cual el creciente número de ancianos en las poblaciones europeas está haciendo insostenibles los servicios públicos (como los servicios sanitarios) que sirven primordialmente a este sector de la población. En tal postura se asume que, como consecuencia del crecimiento de la población anciana (el grupo de la población que consume más recursos sanitarios), estos servicios quedarán colapsados por su incapacidad de responder a la gran demanda de servicios de esta población.

La evidencia científica existente cuestiona, sin embargo, tales supuestos. Es cierto que los ancianos consumen más servicios sanitarios que los jóvenes y adultos. Ahora bien, los estudios realizados por el Center for Studying Health Systems Change de EEUU muestran que en EEUU sólo un 10% de incremento de los gastos sanitarios se debe al mayor crecimiento de utilización de los servicios sanitarios por parte de los ancianos (el crecimiento anual del gasto sanitario en EEUU es un 8,1%, del cual sólo un 0,73% se debe al crecimiento del consumo sanitario de la población mayor de 65 años). Esto quiere decir que el 90% del crecimiento del gasto se debe, en realidad, al crecimiento de la inflación médica, a la mayor intensidad tecnológica en los tratamientos (debido, en parte, al acceso a nuevas tecnologías médicas) y al crecimiento de la población. Sólo un 10% se debe al crecimiento de la población anciana. Es más, el profesor Thomas Bodenheimer, en un artículo en Annals of Internal Medicine (2005.142:847-54), ha documentado en un estudio internacional el impacto del envejecimiento en los servicios sanitarios, mostrando que no hay una relación estadística entre el gasto sanitario en un país y el porcentaje de la población que es anciana.Estos y muchos otros estudios han confirmado que el crecimiento del porcentaje de la población anciana dista mucho de ser una de las primeras causas del crecimiento del gasto sanitario. Otros factores –que apenas tienen visibilidad mediática– juegan un papel mucho más importante que el crecimiento de tal población. Y en cambio, los medios se centran casi exclusivamente en la creciente ancianidad de la población, transmitiendo un mensaje antiancianos que culpabiliza a estos de las crisis de la sanidad. Esta situación alcanza su máxima expresión en España, donde la masificación existente en la atención sanitaria pública se atribuye precisamente a un supuesto abuso del sistema por parte de los ancianos, ignorando que el mayor problema no es este inexistente abuso, sino el muy escaso gasto público en tales servicios (España tiene el gasto público sanitario por habitante más bajo de la UE-15).

En realidad, se exagera el impacto de la edad en la enfermedad, ignorándose que existe un mejoramiento muy notable de la salud de los ancianos. Un artículo, publicado por el National Long Term Care Survey, muestra en EEUU un gran descenso de las discapacidades crónicas entre los ancianos durante las últimas dos décadas, lo cual explica que, mientras el número de ancianos creció de 26,9 millones en 1982 a 35,5 millones en 1999, el número de personas con discapacidades crónicas descendió durante el mismo periodo pasando de 7,1 millones a 7 millones. Un mayor número de ancianos no implica que, automáticamente, haya más enfermedad y discapacidad y mayor gasto sanitario. Debiera, por lo tanto, relativizarse lo que se considera, erróneamente, como una amenaza a la viabilidad del sistema sanitario como consecuencia del incremento de la esperanza de vida. La discapacidad y enfermedad han disminuido notablemente, de manera que los gastos de una persona que sobrevive 14,3 años tras llegar a los 70 años son los mismos gastos sanitarios que los de una persona que viva sólo 11 años más tras alcanzar los 70 con escasa salud. En general, a mayor crecimiento de la longevidad, menor discapacidad durante la ancianidad. Es más, el gasto sanitario durante el último año de vida tiende a ser muy semejante independientemente de la esperanza de vida y representa un gasto menor del gasto total, no habiendo variado sustancialmente en los últimos 20 años.

Igualmente falso es el argumento de que se gasta demasiado en tratamientos intensivos en el momento final de sus vidas. Sólo un 3% de las personas que mueren reciben atención intensa, habiendo sido un porcentaje casi constante en los últimos 20 años. Y todos los estudios muestran que las personas por debajo de 50 años reciben más intervenciones que implican mayor coste –como cirugía mayor, diálisis y cateterizados– que no personas ancianas por encima de 70 años. Existe evidencia –que puede considerarse preocupante– de que los ancianos reciben menos atención médica que personas adultas que tienen la misma condición patológica y médica. Varios estudios han documentado que el gasto por paciente es menor a medida que la edad del paciente aumenta, lo cual es el resultado, en parte, de un prejuicio entre los profesionales del sistema hacia los ancianos (ver Pan, C. X., Chai, E. y Farber, J. Myths of the High Medical Costs of Old Age and Dying, International Longevity Center, 2007). Nada de lo dicho debiera interpretarse como un argumento en contra de facilitar a los ancianos y a cualquier persona (sea de la edad que sea), el derecho a una muerte digna, escogida por la persona en el momento que así lo considere. Ni tampoco que la postura presentada en este artículo implique que deban extenderse los cuidados a los ancianos o a cualquier persona independientemente de su edad, por encima del periodo médicamente necesario. Pero tampoco es correcto y éticamente aceptable que se reduzca como consecuencia de su edad. Ya es hora de que se reconozca en las sociedades desarrolladas, incluida España, que existe un prejuicio en contra de los ancianos (llamados “abuelos”), que debiera denunciarse y corregirse.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas en la Universidad Pompeu Fabra y profesor de ‘Public Policy’en The Johns Hopkins University

Ilustración de Mikel Casal