RESIDENCIAS CALIDAD … DE QUE?

 Visito a menudo a mi amigo Blas en su nuevo hogar: una residencia. Decidió hace un año libremente (¡faltaría más!) vivir ahí. Se quedó viudo, sus hijos viven fuera y empezaba a necesitar ayuda para algunas cosas.
Cada vez que hablo con él compruebo su acomodación al nuevo lugar. Por un parte me alegra, porque no sufre, dice estar contento. Pero todo ello me ha hecho pensar mucho. Definitivamente,  vivir en una residencia le ha cambiado. Se ha convertido en un ser dócil, resignado. Me entristece pensar que  ha cambiado por “obligación”. Me duele observar cómo obedece y se resigna ante las normas u órdenes que el centro (impecable) determina. Horarios rígidos, control en las salidas, prohibiciones… El otro día cambió de habitación por necesidad organizativa del centro:  “unos reajustes de ocupación”, le dijeron.
El ambiente de la residencia pretende infundir seguridad y profesionalidad pero irradia una frialdad absoluta. Diríase de una mezcla de hospital y de muestrario “Ikea”. Me mira y me dice “es lo que hay, mi compañero de cuarto es amable, podría estar peor…” Yo le miro, asiento y sonrío. “Aquí estoy, amigo”.
Nuevos aires corren por el litoral. Todo el mundo habla de ello. La atención centrada en la persona, como nueva forma de atender a las personas que viven en residencias, cobra cada vez más fuerza. Un modelo, proclaman algunos, para garantizar la dignidad y los derechos de las personas mayores incluso cuando son dependientes. Una atención donde quien decide es la persona, donde se protege la intimidad y donde el respeto a las preferencias y a la historia de vida de la persona es lo fundamental. Muchos lo creen posible, otros, sin embargo, piensan que es una moda, que es una utopía, que es caro… Difícil será, puedo imaginar lo que supone aplicarlo en centros como en el que reside mi amigo Blas, pero es lo que las personas deseamos: seguir gobernando nuestras vidas. Por eso, entre otras cosas, preferimos vivir  en casa que en uno de estos centros residenciales.
Esperemos que la atención centrada en la persona no sirva para adornar los  folletos publicitarios de los centros de atención. Que sea una realidad en el día a día. Que entre de verdad en la vida cotidiana de los centros, como ya sucedió hace décadas en otros países avanzados. Que los políticos,  empresarios,  profesionales y gestores, acepten que quien más sabe de su vida es quien la posee. Que la calidad no está en el metro cuadrado del recinto, en el diseño moderno, en el uniforme blanco o en una plantilla cualificada que decide continuamente lo que es mejor o deja de serlo para quienes ahí son atendidos. Que la calidad de la atención sea calidad de vida y derechos de las personas.
El faro de Carrakuca.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *