APRENDIENDO A ENVEJECER

Comparadas con las de otros tiempos, las personas mayores de ahora disfrutamos, al menos en algunos aspectos de la vida, de una situación muy ventajosa. Nunca han dispuesto los ancianos de condiciones tan favorables, ni de una calidad de vida equiparable a la que proporcionan las sociedades avanzadas a sus jubilados. Pero esto solo no nos garantiza una vejez feliz.

Para disfrutar de una vejez a la altura de nuestra aspiración a una vida valiosa y llena de sentido necesitamos, además, aprender a envejecer. Porque la vejez física nos sobreviene sin que apenas nos demos cuenta: «No sentí resbalar mudos los años», constataba Quevedo. Pero, en realidad, somos nosotros los que «nos hacemos viejos», y hay tantas formas de envejecer como sujetos y formas de vivir.

El paso del tiempo, es cierto, socava inexorablemente para todos su ser corporal. Pero, felizmente, no nos reducimos a eso. «Mientras el yo externo se desmorona, escribió San Pablo, nuestro hombre interior se renueva día tras día». La vejez nos da la oportunidad de experimentarlo y de hacerlo realidad.

Primero con el ejercicio del yo interior y el cultivo de la vida espiritual que desarrolla nuevos hábitos de corazón: serenidad, desprendimiento, capacidad contemplativa, que permiten disfrutar del hecho mismo de vivir y de los mil pequeños detalles: la belleza de la naturaleza y del arte en todas sus formas, la conversación, la compañía de los seres queridos, los momentos de «soledad sonora» para el recuerdo, la reflexión sobre los misterios de la condición humana, el descubrimiento del sentido y el valor de la vida. Y, sobre todo, la atención a las necesidades de los que nos rodean y el amor desinteresado y discreto, como el mejor servicio que podemos hacerles.

La vejez tiene su lado más oscuro en la proximidad de la muerte. La atención al yo interior ayuda a mirarla sin miedo. Vivir espiritualmente es cultivar lo que en nosotros desafía su presencia: «No moriré del todo», decía ya el poeta pagano. Ser creyente genera fuerzas que hacen posible enfrentarnos a ella con esperanza. ser cristiano, en definitiva, consiste en creer en el amor de Dios, que en el Resucitado se nos ha revelado más fuerte que la muerte, y en que nada, ni la muerte, puede separarnos de ese amor.»

Juan MARTÍN VELASCO
Fuente: la revista cristiana

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